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Una desgracia mayor que el incendio: el pobre lenguaje

Los videos filmados por desesperados vecinos que se alarmaban por los estragos del fuego me producen una doble tristeza. Una, por lo obvio, por la pérdida de esforzados bienes allí hechos carbón, sabiendo todos sus tan evitables causas: la desforestación nativa de Chile que lo dejó sin agua de vertientes y manantiales. ¿Por qué el país no dispone desde hace 40 años una flota de aviones-tanque para combatir los incendios de sus bellos bosques? La respuesta la silencia el lenguaje oficial pero igual se grita sin palabras: porque eso echaría a perder el gran negocio forestal, donde resulta más redituable cobrar los seguros contra incendios que recibir subsidios de reforestación, o que reinventar el negocio con maderas nobles generando productos que agreguen valor.

La otra tristeza me vino de escuchar el tipo de habla de esos tan virales videos, ese vergonzante lenguaje, tan elemental, reducido e inarticulado de la gente media del país. Yo pensaba: ¿cómo podría entender esto otra persona que hable español? Convengamos que la angustia la debemos sacar en el instante para que así no nos ahogue o no nos mate el impacto emocional. Gritar un comentario -el que sea- con palabras groseras o lanzar un desgarrado grito de angustia inarticulado no va a detener un incendio, ni parar un terremoto, ni revertir un asesinato que ya se cometió. De acuerdo. Pero el lenguaje que usemos inmediatamente después, sí que nos condicionará totalmente las emociones, las acciones y el destino postdesgracia; las pasiones que vendrán en oleadas incontenibles a nuestra alma desesperada. Y así estaremos expuestos a que las emociones que no se canalizan con el lenguaje adecuado y preciso que corresponde, nos podrían llevar a actos más nefastos aún respecto a lo que ya nos ocurrió. Porque el pobre juicio mecánico que blasfema, la desmesurada e inconsciente opinión que sigamos vomitando después, será aún peor que la desgracia misma que nos pudiera estar pasando.

El efecto Flynn muestra que el nivel de inteligencia disminuye en los países más desarrollados. Y la causa es el empobrecimiento del lenguaje. En efecto, varios estudios demuestran el notable deterioro de la lengua y su léxico; no solo se trata de la reducción del vocabulario utilizado, sino también de las sutilezas lingüísticas que permiten elaborar y formular un pensamiento complejo. Y lo que es peor: no nos permiten distinguir una emoción de otra, donde se mezclan estados de ánimo de todo tipo por impotencia en reconocerlos y no poder darles la palabra adecuada y justa.

La desaparición gradual de los tiempos verbales (subjuntivo, imperfecto, formas compuestas del futuro, participio pasado) da lugar a un pensamiento casi siempre al presente, limitado en el momento: incapaz de proyecciones en el tiempo. La desaparición de la pasión por leer libros en escuelas y bibliotecas, la simplificación de los tutoriales, la desaparición de mayúsculas y la puntuación son ejemplos de “golpes mortales′′ a la precisión y variedad de la expresión. Menos palabras y menos verbos conjugados implican menos capacidad para expresar las emociones y menos posibilidades de elaborar un pensamiento. Los estudios han demostrado que parte de la violencia en la esfera pública y privada proviene directamente de la incapacidad de describir las emociones a través de las palabras. Y esto es central. Hace unos años, un estudio hecho en México, concluía que en gran medida los factores que llevan a un femicidio es la incapacidad masculina de articular y verbalizar a tiempo las emociones. Por ejemplo, la emoción del miedo, algo ancestral que le produce al varón el poder de la madre (de la cual depende) y después frente a la libertad de la mujer y su evidente capacidad para el uso del lenguaje. Luego, invadido por la desesperación, viene directo la violencia y el crimen.

Debemos enseñar y practicar el idioma en sus formas más diferentes. Aunque parezca complicado, especialmente si es complicado. Porque en ese esfuerzo está la libertad. Si no hay amplitud de significado producto de las distinciones del lenguaje, no hay libertad, ni psicológica, ni social ni de espíritu. Entonces, la desgracia mayor de este país no son los incendios, los terremotos o las erupciones volcánicas: son las erupciones lingüísticas que desatan el fuego de la decadencia moral. En verdad, es el fuego de las emociones no reconocidas y no enseñadas con las palabras precisas que reflejen lo que sentimos.

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