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Renace el sol : renazcamos con él

Cerca del final de un obscuro ciclo y a la entrada de otro muy incierto, la pregunta sería ¿cómo vivir después del fin del mundo, después de que podamos levantarnos de esta pandemia? Pues, preguntándole a las comunidades del fin del mundo sobrevivientes a múltiples catástrofes.

La respuesta la tienen quienes son los especialistas en convivir con lo impermanente. Sobrevivirán aquellos grupos que se acoplen a los ritmos naturales y sepan de antemano donde están los aliados, aquellas fuerzas naturales de la sobrevivencia extrema. Porque no se puede crear otro mundo con la misma matriz que nos ha llevado al abismo. Y esa matriz es el pensamiento racionalista irrespetuoso, que divide, explota y acumula datos; no significados que veneren la Unidad cósmica del todo.

Los dioses salvadores viven ahora en los acantilados y en los barrancos, ya no más en las playas y valles aplanados. Es decir, las respuestas ahora se hacen más difíciles, van ahora por una muy decidida reconexión con lo superior, con el don imprevisible de la vida, manifiesto en las eternas leyes cosmológicas de la tierra. Una de esas leyes, es sumarse y aliarse a la marcha del sol. Se impondrá entonces redescubrirlo cada día, reverenciar sus pasos diarios, hacer ofrendas a su luz y respetar su ausencia, guardándonos cuando él se guarde, levantarnos cuando él se levante, escondernos cuando él se esconde, como en el caso de los eclipses, porque en tal peligroso evento, no cometer jamás esa imprudencia mayúscula de salir a fuera a reír o gritar : eso sería como gritar para que vengan a uno los demonios de la obscuridad y riendo nos devoren.

Pues bien, estamos hablando de la tradición mapuche, que por estos días observa reverente la gran ley del regreso y salida del sol nuevo. Vale decir, el acontecimiento del wiñol tripantü o we tripantü. En verdad se trata de la fiesta de la luz que regresa al hemisferio sur, donde al amanecer del 21 de junio se solemnizan aún más las ceremonias que otrora eran práctica diaria a lo largo del Chilimapu nativo.

Entre los aymara es el machaq mara y en el norte kichwa, el inti raymi. El evento tiene un particular efecto en el agua, un maridaje cósmico único entre ella, el Sol y el planeta Venus. Esta se hace lustral y “bendita” en los arroyos y cascadas pues se impregna de la divina salud del lucero del alba, el wünyelfe (Venus), por lo que al beberla y al bañarse en ellas (muñentun), asegura la salud y rejuvenece la vida de los gastados años. Todavía en 1980, una anciana mestiza de Coihueco me comunicaba que “si una bebe el agüita bendita que corre de la cordillera, al alba de esa mañana, a una ese año no le sale ninguna arruga, ni se le cae ningún diente”.

El sol (antü), tiene un vínculo místico y real con la preservación de la salud y con la calidad de vida del ser humano mapuche. Sanar del mal, recuperar la salud, la vida (mongen), equivale a haber despejado el camino de la luz , el flujo de la energía solar, trayecto interrumpido en las cercanías del corazón (del centro consciente del cuerpo) por endoparásitos opacos -los wekufe, “el mal”- que han quitado la soberanía del yo y lo han sumido en el sueño. Enfermar es como si eclipsara el sol interno del piwke, el “corazón” contaminando las aguas de la sangre. Si queremos evitar que vuelva una normalidad mortífera para la mayoría, en este nuevo regreso lento de la luz –kiñe trekan achawall, “un tranco de gallo” cada día del invierno- debemos usar la ventana de silencio que ha abierto la pandemia. Y hacerlo para escuchar a nuestra tradición, a estos anónimos pensadores de estos mundos australes que han vivido varios apocalipsis, y que han sobrevivido. Porque nuestros pueblos originarios saben lo que todos, amenazados por el virus y la crisis climática queremos saber: cómo crear una sociedad capaz de vivir sin destruirse a sí misma y a los otros.

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