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Los viejos de hoy y los del futuro

La segregación y el despojo económico y social al que se ven sometidos las personas mayores proviene del despojo del valor simbólico de la vejez. Las sociedades contemporáneas han entronizado a la producción como valor primario de la vida, y ello genera, como consecuencia, un disvalor profundo para quienes se encuentran al margen de ella.

Los adultos mayores ya no son respetados ni apreciados por su autoridad ni por su sabiduría, como ocurrió en otras organizaciones humanas que nos precedieron, y su presencia es percibida como una carga económica para quienes permanecen activos. Pero lo más grave no es sólo que no reciban lo suficiente, sino que no se valore su derecho a dar. Porque a quien no se le permite dar se lo condena a una exclusión simbólica que es mucho más profunda y que acaso sea la matriz de la exclusión social.

Las nuevas necesidades de la población mayor no son solo de tipo médico, que por supuesto las tiene, sino que dicen relación con viviendas adecuadas, alimentación diferente, actividades de tiempo libre y vida sana y también de ocupación de sus capacidades y habilidades que no se acaban con la edad de jubilación, hoy de 60 años para las mujeres y 65 para los hombres. Éste es precisamente una cuestión que merece debatirse, máxime si el promedio de vida de los chilenos es de 81 años. De hecho, la reforma previsional que ha presentado el Gobierno considera aumentar la edad de retiro de las mujeres.

El envejecimiento poblacional constituye un índice de alta significación en lo que concierne a la estructura social, no sólo a causa del incremento relativo de personas de edad avanzada, sino también porque esa notable transformación se produce junto con una reducción gradual de los miembros de las generaciones más jóvenes.

Esta doble conjugación de factores: baja fecundidad y alta esperanza de vida, es un dilema que están viviendo los países desarrollados, que han debido reformular su sistema de pensiones de manera drástica, además de establecer diversos incentivos a la natalidad.

Sin embargo, Chile presenta un situación particular, ya que en un período muy corto de tiempo, bastante menos que en Europa, está enfrenta do a un fenómeno similar, pero no ha pasado el suficiente tiempo para que la sociedad asimile estos cambios y pueda adaptarse de mejor forma a la nueva realidad poblacional y de la mano con ello generar las políticas públicas que disminuyan los efectos negativos de un cambio tan brusco.

Pero el tema no se agota allí, pues igualmente como debemos preocuparnos de los viejos de hoy, debemos hacerlo con los del mañana. El desafío es mayúsculo, pues los datos que muestran un alto consumo de alcohol en los jóvenes, el importante grado de sedentarismo de la población nacional, el estrés laboral, así como la ingesta de comida poco saludable, están anticipando una vejez incluso bastante más complicada que la que hoy viven nuestros ancianos.

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