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El estrés de ñublensinas y ñublensinos

Las ñublensinas y ñublensinos parecen estar acostumbrándose a vivir en un clima de tensión. Una atmósfera que aún no está a la altura de grandes centros urbanos, pero que igual produce enfermizos estímulos. Inestabilidad laboral, bajos ingresos, congestión de tránsito y altos niveles de inseguridad son sólo algunos de los ingredientes de un cóctel que comienza a amenazar de forma generalizada la salud de nuestra población.

Así los reveló el estudio “Pulso de la economía, salud mental y bienestar de los ñublensinos”, desarrollado por la Universidad del Bío-Bío, con la colaboración de la Corporación de Adelanto y Desarrollo de Ñuble (Corñuble). La encuesta fue aplicada en agosto a 1.068 personas de las 21 comunas de Ñuble, con el objetivo de conocer la percepción de la población local en materia económica, pero también medir la salud mental y el bienestar, variables introducidas este año en el tradicional estudio, tras un receso de tres años.

Entre los principales resultados asoman números preocupantes en materia de salud mental. Un 37,5% reconoce sentirse constantemente agobiado; un 29,9% se siente deprimido; un 28,2%, menos capaz de disfrutar; un 21,9% ha perdido confianza en sí mismo; un 36% señala que sus preocupaciones le han hecho perder el sueño; un 34,1% afirma que tiene problemas para concentrarse; y un 19,7% dice sentirse menos feliz.

También destacan los principales factores de estrés entre la población regional, donde lidera la situación económica (66,8%), y le siguen la delincuencia (64,9%), los cambios sociales y políticos (55,6%), y perder el empleo (40,4%). En resumen, todos estos elementos estresores desembocan en una sensación de incertidumbre permanente que tensiona y agota a las personas en su cotidianeidad y potencian su incapacidad para afrontar dificultades o asumir iniciativas.

Insertos en este estrés permanente, las obligaciones básicas pueden tornarse también agobiantes al punto de dificultar el afianzamiento de relaciones sociales, familiares y sentimentales sólidas que contribuyan al crecimiento espiritual.

Otro ingrediente se revela como fundamental: la soledad. En esta era de hiperconectividad, los vínculos se han tornado muchas veces superficiales, descartables y volátiles.

En consecuencia, si nuestro entorno se está tornando insalubre para la mente, deberíamos considerar cómo modificarlo y no potenciar la idea de cómo soportar al límite. Esto supone crear condiciones que propendan a mejorar nuestra calidad de la vida.

En Europa, en la segunda mitad de la década del 80, surgió un movimiento llamado “Slow” (del inglés, despacio) que ha logrado captar cada vez más adeptos, al punto que hoy es considerada una corriente cultural.

Su propuesta es dar prioridad a las actividades que redundan en el desarrollo de las personas. Igualmente, plantea una vuelta al barrio, al pequeño espacio, a las cosas simples que fueron el contexto del desarrollo psicológico de nuestros padres y abuelos. El buen sentido aconseja dedicar tiempo al esparcimiento, la lectura o la vida familiar, a desarrollar actividad física, buscar alternativas desintoxicantes de la psiquis para volver al interior de cada uno, recuperando el eje sin el cual jamás podremos disfrutar del buen vivir.

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