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Desempleo joven

Noticias recientes de Europa y Asia, especialmente de China, dan cuenta del cuadro dramático en que se encuentra un sector numeroso de la juventud a causa del desempleo, con un presente precario y un futuro sombrío, en el cual se dibuja el riesgo de la marginación.

Para referirnos a un ejemplo concreto, ésa es la situación china, donde el Partido Comunista gobernante está instando a la mano de obra juvenil a considerar los trabajos manuales, la migración al campo y a soportar las penurias. El año pasado, 2 millones 900 mil personas se postularon a las 37.100 vacantes de empleos que ofrecía el Estado. A fines de junio, la tasa oficial de desempleo juvenil en China alcanzó su máximo histórico al situarse en el 20,4 por ciento.

Esa inquietante realidad es compartida con cierta diversidad de cifras por países de la Unión Europea, como España, Grecia, Portugal o Italia. En términos generales, el promedio de jóvenes desocupados en ese continente es del 20,6 por ciento. En América Latina y el Caribe, en tanto, a comienzos de 2023 la tasa de desocupación juvenil alcanzó el 23% (18% en Chile) y cerca de 3 millones habían salido de una fuerza laboral donde predomina la informalidad y el trabajo precario.

En 1986 el economista Ralf Dahrendorf puso de manifiesto que el progreso técnico continuo iba requiriendo de los trabajadores prepararse para constantes calificaciones superiores. Por lo tanto, quienes no se actualizaban en conocimientos y habilidades para esa dinámica laboral verían reducirse sus posibilidades de empleo aún más, ya que el progreso técnico por sí tiende a reducir puestos de trabajo. Lo que sigue, para los que no se gradúan, es un camino en el cual se multiplicará la informalidad y la precariedad del empleo, de modo que es lógico prever que todo conduzca a una desocupación cada vez mayor.

Este fenómeno es advertible en todos los niveles sociales, aunque resulta evidente que el conflicto golpea con mayor fuerza en los sectores medios y medios bajos. Como es lógico, esa realidad es un serio obstáculo para quienes buscan trabajo y, en mayor grado, para quienes no se capacitan para las innovaciones que se van introduciendo, lo cual origina una brecha creciente que separa dos grandes grupos de la población. Por una parte, los que tienen un empleo formal estable, ingresos suficientes, han podido fundar una familia y cuentan con una vivienda digna, siendo todavía adultos jóvenes. Por otra, los menores de 30 años, con una capacitación limitada, a quienes los cambios que se operan van dejando excluidos, pues las oportunidades de trabajo formal se han convertido en un bien escaso y deben aceptar lo que se presenta, por lo común empleos precarios. Todo concurre así a la desocupación, a esperar ayuda del gobierno y, en algunos casos, a caer en la depresión o en reacciones violentas indeseadas.

Lo descrito permite dos importantes conclusiones. Una es la importancia de la formación continua de los jóvenes, a fin de que no pierdan oportunidades de trabajo. Una segunda conclusión tiene como destinataria a la sociedad adulta, en cuanto a tomar conciencia de las necesidades juveniles, de los proyectos de vida que se van frustrando y del agotamiento espiritual que en ellos también va produciendo. Las nuevas generaciones no merecen un presente estéril y menos un futuro vacío, sin horizontes para el desarrollo personal y laboral.

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