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“No somos héroes, solo ayudamos al paciente en su peor momento”

Mauricio Ulloa

No se sienten la denominada “primera” sino la “última línea”. Ese límite delgado entre la vida y la muerte, donde se combate el coronavirus a la máxima capacidad hasta que el paciente logra resistir a ese enemigo que en la región ha apagado la vida de 27 ñublensinos.

La partida de un paciente es el episodio más demoledor que ha vivido el equipo de la Unidad de Paciente Crítico del Hospital de Chillán, a casi tres meses de la llegada del primer contagiado con Covid-19 en estado grave.

Son 134 funcionarios de salud quienes conviven con el miedo al contagio, con el dolor y el estrés de que en algún momento la red colapse ante una ola de contagios, que hasta ahora no ha llegado. Sin embargo, ya advierten que navegan por aguas agitadas luego del peor reporte que tuvo Ñuble el viernes, con 129 casos nuevos.

A las 07.45 horas la doctora Paulina López Barrenechea llega a la Unidad de Paciente Crítico, sin antes pasar, al igual que sus compañeros, por un estricto protocolo de ingreso para descartar cualquier indicio de enfermedad respiratoria, lo que incluye control de temperatura, completar una encuesta y cambios de ropa constante.

Con turnos de 24 horas, la jornada de la joven profesional transcurre en revisar exámenes, imágenes, entregar indicaciones, informar a familiares de sus pacientes y además efectuar interconsultas, tareas por las cuales ha postergado en estos meses su vida familiar por salvar vidas. Al inicio de la pandemia tuvo que dejar a hijo, de un año y un mes, al cuidado de sus padres en el campo, mientras ella y su marido, quien es tecnólogo médico en el hospital de Bulnes, trabajaban sin pausas en pos de la emergencia sanitaria.

Pero más allá de la parte clínica, Paulina siente que en medio la crisis el rol del personal ha trascendido en lo humano, un aspecto que ya cultivaba desde que comenzó a trabajar en la Unidad de Cuidados Paliativos del hospital, donde mitigar el dolor del paciente es lo esencial, solo que acá en la UCI Covid el usuario está lejos de su vínculo afectivo, por lo que el desafío es aún mayor.

“Tenemos que suplir ese nexo entre los pacientes y sus familias. Soy jefa de Cuidados Paliativos del hospital entonces yo promuevo el buen morir, el morir acompañado. La muerte de un paciente Covid es lo contrario a lo que trabajo con los pacientes con cáncer, ha sido súper chocante. Me pasó con una familia de Ninhue, cuando una hija murió y luego murió la mamá. Fue súper duro para mí enfrentarme a la familia y comunicar por teléfono la mala noticia”, recuerda.

Ser testigo de escenas extremas la ha llevado a tener un punto de vista crítico, cuando la lucha de un paciente por sobrevivir al virus se contrapone con el exterior, donde ciudadanos transitan sin aparente inquietud, en el contexto de una pandemia que ingresa a la fase más oscura.

“No le han tomado nada el peso, yo voy de mi casa al trabajo y del trabajo a mi casa. No paso a ningún lugar. No salgo más que cuando tengo que ir al supermercado, una vez al mes. Cuando salgo nos damos cuenta que las calles están llenas por todos lados, igual es violento para nosotros, porque vemos lo grave que llegan los pacientes y vemos el sufrimiento. Las personas no entienden todavía, piensan que es un teoría conspirativa o un invento político”, expresa.

Cansancio y desgaste

La kinesióloga Karen Moraga lleva seis años en la unidad y en el presente no oculta su cansancio y desgaste. Trabajar en la pandemia ha sido complejo, a tal punto que incluso ha sufrido insomnio por demasiada adrenalina y emociones encontradas. “Estamos cansados a nivel físico y emocional, pero estamos todos en la misma, nos damos apoyo entre nosotros”, declara.

El temor de llevar consigo el virus hacia su hogar en Chillán también ha sido una inquietud permanente, ya que vive con sus padres quienes, por su edad y condición de salud, son vulnerables a la infección.

“Al principio sentí miedo, pero más que nada de ser un vector hacia gente que quizás se pueda contagiar con más facilidad, pero ahora estamos un poco más acostumbrados y ya estamos bien familiarizados con el manejo de la protección personal. Entonces, hay que ser conscientes y protegernos entre todos”, manifiesta.

El homenaje que ha brindado la comunidad chillaneja, con aplausos y sirenas, al personal de salud, no ha dejado indiferente a la joven chillaneja, quien recalca que el real apoyo de la gente en estos momentos es quedarse en casa, si los medios los acompañan.

“No sé si héroes, porque estamos cumpliendo la labor de siempre, tratar de ayudar al paciente en su peor momento y tratar de sacarlo como sea. (…) Igual es reconfortante los aplausos que nos dan, pero no somos héroes”, subraya.

En su jornada de las 8 y las 17 horas, Elías Sepúlveda revisa documentación, vigila que no falten insumos médicos y apoya a sus colegas en la instalación de algún tubo traqueal o catéter venoso. Además de apoyar el traslado de pacientes para la toma de escáner, lo que activa un despliegue de trabajadores quienes limpian la “huella” dejada por el contagiado en su paso por el hospital.

Si bien reconoce que junto a sus compañeros asumen una responsabilidad vital frente de esta batalla contra el coronavirus, difiere del concepto de “primera línea” como les han denominado, ya que aclara que el equipo está en la última instancia cuando las posibilidades de superar la infección disminuyen.

“Más que primera línea, creo que somos la última línea, porque después de la UCI Covid ya no viene nada más. Todo sabemos que después puede venir la muerte. Así que para mí creo que somos la última línea, el último eslabón”, puntualiza el técnico en Enfermería.

Elías comparte su vocación de servicio con su esposa, quien también es funcionaria de la salud, pero en el área Oncología. Ella ha sido su sostén en este periodo de alta presión, donde tuvieron que adaptar sus rutinas y postergarse por salvar pacientes, quienes se aferran a la esperanza de seguir viviendo, sin importar lo crítica que pueda ser la situación.

“Con temor obviamente frente a lo desconocido, pero más por contagiar a nuestra familia. Desde que comenzó esto ya no veo a mis padres. Ellos son de San Carlos, entonces no quiero exponerlos porque sería la única puerta para que ellos se contagiaran, nosotros los educamos que no tienen que salir”, comenta.

Miedo a morir solos

Al igual que sus compañeros, Fernando Hernández refleja su estricto compromiso con quienes hoy se debaten entre la vida y la muerte en las salas de la UPC, donde realiza funciones hace ocho meses como auxiliar de sala.

Ahí ha tenido que ser testigo no solo del dolor físico, sino también del miedo de los pacientes a morir sin la contención emocional de sus seres queridos por el aislamiento que la infección conlleva. Fernando cuenta que la experiencia en la UCI Covid ha sido buena, ya que entre colegas se apoyan en circunstancias de alta tensión, cultivando las relaciones humanas y profesionales, luchando hasta que el mortal virus tenga una cura para todos los contagiados.

“Eso es lo malo de la enfermedad que no puedan ver a sus seres queridos, que si llegan a fallecer se van a tener que quedar con el último recuerdo de ellos, que fue cuando compartieron en sus casas, porque una vez que ingresan a la UCI, no los pueden ver más”, lamenta.

Hace 16 años Erika Sepúlveda San Juan trabaja como enfermera en el hospital Herminda Martín reconoce que desde la irrupción del coronavirus el trabajo ha sido intenso en todo aspecto, donde los equipos se han puesto a prueba al 100% de su capacidad.

“Como llevamos tres meses ha sido un trabajo arduo, con sobrecarga laboral en relación al otro tipo de pacientes que manejábamos, que si bien son pacientes graves, estos pacientes son más demandantes de atención. Y eso ha hecho que el personal se tenga que capacitar diariamente y a la vez esforzarse con la finalidad de cuidar y salvar a los pacientes”, señala.

Para ilustrar el buen trabajo que dicen desempeñar en la UPC, Erika se acoge a las evidencias.

“No tenemos brote de Covid en la UCI adulto y eso es reconfortante saber que el trabajo está bien hecho hasta el momento. (…) El paciente Covid grave tiene un 50% de sobrevida, por eso ha sido gratificante tener un bajo porcentaje de mortalidad. Eso significa que ha sido un paciente que lo hemos podido manejar con nuestra experiencia, el aprendizaje técnico y la motivación de cada profesional para que las cosas se realicen bien”, destaca.

En la unidad están conscientes de que no solo la medicina alivia al paciente, sino también el contacto con sus familias que reconforta el espíritu de superación. Humanizar el trato ha sido otro foco de preocupación del equipo, para reducir el sentimiento de soledad de los contagiados. En esa misión, la tecnología ha sido una aliada.

“Estamos siempre pendientes de dar un trato humanizado, sobretodo en pacientes Covid, donde la soledad es la principal angustia que tiene ellos. Hay miedo, incertidumbre, no saben lo que va a pasar, si será la última vez que van hablar con su familia. Una vez que se recuperan hacemos videollamadas, tenemos contacto a través de cartas y tratamos de motivarlos para que el paciente salga adelante, ser una contención física y emocional”, recalca.

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