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Tener mejores pronósticos de precipitaciones y caudales ayuda a la gestión de los recursos hídricos

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Las grandes inundaciones registradas durante el sistema frontal que afectó a la zona central de Chile entre el 21 y 26 de junio ponen el acento en la necesidad de contar con un sistema que permita estimar con certeza los riesgos de crecidas de los cuerpos de agua y evitar sus impactos sobre la población, la infraestructura y servicios.

Aquí, el seguimiento de caudales en altura es fundamental, afirma la climatóloga Lucía Scaff Fuenzalida, investigadora del Departamento de Geofísica (DGeo) de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Concepción.

La ingeniera civil en Recursos Hídricos y Medioambiente destaca que si bien Chile tiene buenas herramientas para la proyección de tiempo que se entrega desde la Dirección Meteorológica y ha mejorado sus sistemas de alerta, falta fortalecer el monitoreo de caudales.

Para ello hay que fortalecer las capacidades de observación, sobre todo, en la cordillera, con el fin de obtener más información para alimentar los modelos predictivos en una perspectiva hidrometeorológica.

En la modelación hidrológica -explica- se trabaja en dos frentes: uno orientado a la estimación de los niveles de aguas en las cuencas (para estimar la disponibilidad de recursos hídricos) y otro que apunta al rastreo de crecidas y que sirve para predecir eventos extremos en caudales.

“Actualmente es la Dirección General de Aguas (DGA) la que se encarga de hacer las estimaciones y es la que monitorea los ríos. Ellos tienen las observaciones de agua en las alturas y con eso se entrega la información de los caudales y de las alertas”, señala la especialista en modelación climática e hidrometeorología.

Las observaciones son herramientas clave para la elaboración de predicciones, enfatiza la académica. “Cuando podemos observar los caudales y la precipitación e integrarlos en un modelo bien calibrado y probado, se puede hacer predicción”.

La Dra. Scaff anota que en la tormenta de junio no fue posible observar cuánta agua y nieve cayó en la montaña, ni tampoco su intensidad. “Como es posible imaginar, si cae mucha lluvia en una cuenca que es muy empinada, el caudal sube rápidamente, y si no podemos saber de esa lluvia, no podemos estimar bien o con confianza el caudal (más abajo)”.

El problema se debe a la distribución de las estaciones en altura a nivel nacional. “En la red que tiene la Dirección Meteorológica, la Dirección General de Aguas y otras instituciones que se hacen cargo de este trabajo, que es súper laborioso, tenemos alrededor de 21 estaciones sobre 2 mil 500 metros de altura”.

La académica resalta este punto, porque es desde los dos mil 500 metros hacia arriba donde es esperable encontrar precipitaciones sólidas (nieve) en la cordillera (aunque en el sistema frontal que marcó el inicio del invierno, el punto de nieve se registró sobre esa altura).

Y las dificultades son aún mayores, porque -como indica la investigadora- de esas 21 estaciones, 20 están en el norte del país, en la zona del altiplano, y solo una en la zona central que fue más afectada por el evento meteorológico.

Esto quiere decir, que prácticamente no existen mediciones de nieves o aguas cordilleranas en una extensa área del país.

La académica menciona que si bien las mediciones son clave para hacer buenas predicciones, no son la única herramienta para este propósito.

“Los modelos tienen que ser calibrados y preparados adecuadamente en cada una de las cuencas y eso es un trabajo largo”, menciona la académica, agregado que si se mejoran las capacidades es posible mejorar los pronósticos, como ha ocurrido en otras partes del mundo.

Por eso, a su juicio, hay que comenzar a pensar en cuáles son las posibilidades de instalación y de operación para suplir la carencia de observaciones. “Se necesita recursos para esto y también depende de cada cuenca y de cómo queremos plantear el problema”, asevera.

Por otro lado, señala que cuando se habla de eventos meteorológicos extremos, no hay que olvidar los aspectos de planificación territorial, es decir, dónde se sitúan los asentamientos de personas y los riesgos que eso implica; como tampoco cuál es el valor final de los pronósticos.

“Tener un mejor pronóstico de precipitaciones y de caudales, y no solo de crecidas sino de disponibilidad de agua, fortalece la capacidad de las instituciones que hacen fiscalización; si tienes mejor pronóstico y puedes confiar en eso puedes fiscalizar y puedes imponer algunas reglas para mejorar la organización y operación de los recursos hídricos y su gestión”, plantea la especialista.

Texto: Jeannette Valenzuela

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