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Resistiremos: tres prácticas de salud mental

Primero (1): Higiene mental rigurosa. Doble o triple mascarilla a los pensamientos que alimentan las bajas pasiones. Cuidar la energía mental y psíquica disponible. Es preciso ser consciente de cómo envejece el tejido celular, como aumentan las toxinas en la sangre, cada vez que emocionalmente nos “enchufamos” en el drama favorito, en la repetida telenovela de dolor, desprotección y soledad. Se requiere siempre tener la mascarilla del ¡alerta! para no identificarnos con los cuentos de horror que tanto abundan en el mercado de las redes digitales. Si estamos todo el día escuchando y pensando en las calamidades, en el virus, el número de infectados, las formas de contagio, las estadísticas de muertes, las medidas de seguridad, y todo lo que llena los titulares de periódicos y noticias de la televisión, comprobaremos que eso tiene un efecto físico en el cuerpo: la energía se va haciendo cada vez más pequeña, el corazón se encoge, el cuerpo se encorva, aparece el insomnio, la respiración se acorta y sentimos un nudo en la garganta y otros nudos en la espalda. ¡Apaguemos pues la televisión, y dejemos de “alimentar” ese tipo de noticias con nuestra atención!

Segundo (2): Levantar una “antena 25G”: vibrar en frecuencias altas. Buscar y sintonizarse con las vibraciones mejores de la belleza, de la bondad, de la ternura, del altruismo. Escoger “solo lo mejor” disponible en escuchas, en emociones, en libros y lecturas, videos, canciones. Busquemos lo mejor, no lo más usado. Aspiremos a algo sólido, verdadero e intrínsecamente hermoso. Levantar nosotros una “antena 25G” para atraer y difundir lo noble, la perfección posible, los grandes sueños de armonía, justicia y abundancia para todo el género humano. Nunca dejar de disfrutar en silencio de las más altas vibraciones de conciencia, salud, voluntad y fortaleza superior. Nunca permitamos rebajar lo sagrado, aquello puro autogenerado que nadie nos lo podrá quitar. Nadie. Mantener esa alta vibración incluso matará hasta la baja vibración de este virus físico, si osare acercarse a nuestro hogar. Por eso, si obligados a permanecer dentro, hoy el mejor refugio es el silencio interior, allí donde habla la voz sabia de nuestro Ser, la voz de nuestro espíritu que serena y aclara todo. Y se vibra alto dando, ayudando, generando; nunca exigiendo.

Tercero (3): Concentrar la energía y cerrar las fugas o fisuras energéticas. Nadie como el filósofo Séneca expresó mejor este cuidado: “Conviene estrechar las cosas para que las flechas no acierten el tiro”. Si estamos compactos en torno a nuestro eje de autoconciencia, recodarnos constantemente a nosotros mismos, ninguna flecha envenenada, disparada incluso con nuestro nombre en la punta, podría llegarnos o a tocarnos siquiera. Guardarnos de la dispersión, y mantener nuestras fuerzas unidas bajo un solo mando energético, una sola voluntad iluminada por los propósitos de nuestro Yo Superior. “Porque de lo que se trata –decía Goethe- es de formarse un capital que no se agote nunca”, un precioso capital en salud. De acuerdo a la tradición mapuche, la persona de enferma cuando “anda con dos pensamientos”; es decir, cuando permanece disociada, dividida entre lo que quiere la cabeza, lo que busca el corazón y lo que desea el cuerpo. En tradiciones indígenas como las nuestras, la enfermedad también emerge como contagio con entidades de otro nivel vibratorio o bien “hambrientas” en el bajo astral. Andar en sitios donde pululan las larvas, lugares de muy baja energía y además conflictuado y dividido, fuera del momento presente, deja abiertos los flancos para la entrada y la posesión de entidades parásitas, succionadoras de nuestra mejor energía. Cuando se entra desprotegido al sueño, también allí se producen unos tipos de “encantamientos que roban el alma”.

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