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La pobreza, mucho más que cifras

“Hay un nivel de pobreza y hacinamiento (…) del cual yo no tenía conciencia de la magnitud que tenía”, fue la frase del ministro Mañalich que se comentó profusamente hace algunos días. Unos valoraron su honestidad, otros criticaron su desconexión con la realidad y su (ir)responsabilidad por gestionar políticas públicas con tal desconocimiento. Yo prefiero quedarme con lo positivo de la frase: no hay auténtica solidaridad y lucha contra la pobreza, sin palpar, aunque sea ocasionalmente, la dura realidad de pobreza e inequidad en que viven tantos hermanos.

Muchos han rasgado vestiduras, pero seguramente la mayoría tendríamos que decir lo mismo que el ministro: no conocemos de verdad los niveles de pobreza y hacinamiento de otros, por más que la TV nos muestre un campamento o un cité con inmigrantes. Nunca es fácil ponerse en el lugar del otro, sobre todo si se vive con relativa comodidad, sin grandes problemas materiales. Respecto de la pobreza, nuestro acercamiento tiende a ser “desde fuera”, como espectadores, “desde las cifras”: en Chile hay un 10% de pobreza, el desempleo en tiempos de pandemia bordearía el 20%, etc. Pero la realidad es más que cifras, son rostros, historias, carencias cotidianas…, y mientras no nos aproximemos a la realidad humana que está detrás de los números, no ayudaremos a buscar de verdad un mundo más justo.

Un problema de fondo es que vivimos en sociedad con un desorbitado individualismo, donde el otro desaparece de mis preocupaciones. Cada uno está ocupado más bien en la búsqueda de su éxito personal, su bienestar y el de “los suyos”, olvidando que los demás también son parte de nuestra vida. Hemos crecido en una cultura que nos enseña a ser individuos (un ser separado de los demás) y no personas (un ser que vive en relación con los demás). Así nos hemos acostumbrado a tolerar situaciones denigrantes que afectan cotidianamente a tantos.

Muchos lo han dicho, sin ser escuchados, entre ellos la Iglesia: el país ha aplicado un modelo de desarrollo excesivamente centrado en los aspectos económicos y en el lucro, y la libertad económica y la competitividad han sido más importantes que la equidad y la justicia, con una lentitud enorme para atender a demandas esenciales para una vida humana digna. La lista de realidades abusivas y demandas insatisfechas es abundante: pensiones indignas, mal acceso a la salud, privatización de recursos básicos y cobros abusivos, enormes rentabilidades de algunas empresas junto a sueldos escuálidos para sus trabajadores, viviendas básicas que fomentan el hacinamiento en barrios inseguros, etc. No sé si aprenderemos la lección, pero la pandemia nos está mostrando que vivir en sociedad significa caminar juntos, que no puedo ser feliz si no es con los otros. No sirve un tipo de economía, de política, que genera indignidad para hermanos que son carne de mi carne. Los paradigmas tecnocráticos no son suficientes para organizar la sociedad, sino que las personas y los pueblos deben estar al centro.

El evangelio de Jesús nos invita a mirar al otro no como un dato, sino como un rostro y un hermano, en quien sale a nuestro encuentro el mismo Cristo: ¿Cuándo, Señor, te vimos hambriento, enfermo, en la cárcel o forastero? (cf. Mt 25).

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