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Mensaje fuerte y claro

Chile amanece hoy con un estado anímico raro. El resultado del plebiscito de ayer no causa alegría, tampoco tristeza. Se siente que nadie perdió, pero tampoco que nadie ganó. No hubo celebraciones, tampoco lágrimas de derrota. Un impensado y triste final para la historia de cambio constitucional que comenzó a escribirse hace 4 años, con un 80% de respaldo ciudadano, pero que tras dos fracasos sucesivos -hecho inédito en el mundo- se cierra indefinidamente. La vilipendiada Constitución de 1980, escrita bajo la dictadura de Pinochet, y reformada durante los gobiernos de la Concertación, seguirá siendo la norma fundamental que nos rija.

Ayer la opción “En Contra” se impuso con un 55,7% de los votos ante la opción “A Favor”, que llegó a 44,2%, cerrando el proceso que surgió a partir del estallido social de octubre de 2019 y dio origen a dos propuestas rechazadas de manera contundente por los chilenos y chilenas.

En septiembre del año pasado, lo mismo que ayer, la ciudadanía castigó los textos partisanos de la izquierda y de la derecha, respectivamente, situando en el centro del problema a las elites políticas que no han sido capaces de construir una propuesta constitucional que una a la mayoría de los chilenos. Por el contrario, el país se polarizó y dividió más de lo que estaba. “La política ha quedado en deuda con Chile”, comentó acertadamente anoche el Presidente Boric en su mensaje a la Nación, donde planteó la idea de un gran acuerdo nacional sobre crecimiento económico, justicia social y seguridad.

Veremos qué respuesta encuentra esta invitación en la clase política y empresarial y cuánta convicción tienen sus integrantes en el consenso como método y objetivo de la acción política.

La sociedad chilena le reclama soluciones a los políticos, no el enfrentamiento constante y los discursos vacíos que vemos y oímos a diario. Esta dinámica permitiría que en lugar de considerar a la política como un problema, fuera todo lo contrario: una solución, un instrumento positivo, capaz de conectar directamente con los postergados intereses de la ciudadanía.

La realidad política es siempre multifacética, y en la dinámica de su actividad siempre pueden distinguirse dos caras, una táctica y otra arquitectónica. La primera comprende lo vinculado con la lucha por alcanzar y conservar el poder. Del otro lado, la cara arquitectónica se refiere a la tarea que se lleva a cabo desde el poder para diseñar y ejecutar acciones (políticas públicas) que beneficien a las personas, especialmente a las que tienen menos. Lamentablemente, en nuestro país hace tiempo viene prevaleciendo la primera, al punto que se ha desnaturalizado el servicio al bien común que define a esta noble actividad.

Corresponde, entonces, instar explícitamente a los partidos políticos y a sus líderes, a hacerse cargo de la dimensión arquitectónica y renunciar al sectarismo, al enfrentamiento y a la polarización. Ese el subtexto de lo que -fuerte y claro- Chile expresó ayer en las urnas.

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