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Menos odio, más política

Hay una política de “lucha” y una política de “desarrollo”. Cada una de estas ideas encarna distintas visiones del mundo y distintas posiciones existenciales. Si uno cree que la política es una forma de implementar el desarrollo necesario para que la mayor parte de las personas disfruten de la mejor situación que el talento organizativo permita alcanzar, concibe esta actividad no como utopías y sueños, sino como planes, proyectos y programas.

En esta visión no se concibe al ciudadano como parte de una amorfa masa manipulable, sino que se reconoce en él a personas con deseos, necesidades y potenciales diversos, y sobre todo con capacidad crítica para juzgar, a través del debate, quién posee las mejores y más claras propuestas para aspirar al poder.

Si uno cree, en cambio, que la política es lucha centra su mirada en el enemigo. O en los muchos enemigos que necesita recrear constantemente para alimentar su estructura de sentido. La tarea es enfrentarlo y vencerlo. El día se organiza a partir del resentimiento y las horas pasan inventando trampas para debilitar al adversario.

Para la política de “lucha”, en cambio, el descenso al ruedo igualitario del debate es inconcebible, pues impera el estilo combatiente de aquel que solo sabe comunicarse mediante la escenografía del acto con adherentes incondicionales y acríticos y donde la propaganda desarrolla una retórica engañosa, hoy conocida como “fake news”.

De esta última lógica y sus manifestaciones hemos tenido demasiado en el actual proceso de segunda vuelta presidencial, donde las campañas (sobre todo la del abanderado del Frente Social Cristiano) se han caracterizado por los ataques personales entre los candidatos, más que en difundir y explicar los programas de gobierno.

El último debate y principalmente todo lo que sobrevino en las redes sociales, fue un ejemplo de aquello, de los niveles de intolerancia y odiosidad que han alcanzado algunos sectores que parecen incapaces de aceptar que otros piensen distinto a ellos.

La función política es una de las actividades de mayor impacto social, no solo debido a que las decisiones que se toman afectan directamente el bienestar de las personas, sino que también proyectan las conductas y valores de sus actores hacia el resto de la población.

Esto adquiere cada vez mayor relevancia, a medida que las sociedades se tornan más complejas, con mecanismos de poder y comunicación social más sofisticados. Por tal motivo, debe existir una constante preocupación por fomentar activamente conductas socialmente responsables entre quienes aspiran a cargos públicos, sobre todo si se trata de la máxima magistratura de la Nación.

Boric y Kast también están cumpliendo una función docente, como líderes de opinión y por lo mismo, deben dar un ejemplo de civilidad, buscando convencer al electorado con argumentos e ideas y, especialmente, sin recurrir a la descalificaciones, a las mentiras y noticias falsas, o a los golpes bajos contra el adversario.

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