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Masculinidad violenta y tóxica

Agencias

El hondo problema humano y social de la violencia ejercida contra la mujer está lamentablemente distribuido en el espacio mundial y arraigado en el tiempo. Aunque las estadísticas puedan dar testimonios desiguales, esta práctica aberrante aparece en países tan diversos como Australia o los Estados Unidos. Desde luego, también se aprecian diferencias significativas, como ocurre, por ejemplo, entre Japón y Catar o Etiopía.

Pero el aspecto más estremecedor de la violencia concentrada en la mujer lo revelan los hechos criminales de los que han sido autores el esposo o el miembro masculino de la pareja, en un porcentaje que oscila entre el 60 y el 70 por ciento de los casos registrados universalmente, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).

La violencia contra las mujeres está reconocida como una violación de los derechos humanos en muchos acuerdos y tratados internacionales y compromisos nacionales que deberían servir como herramientas y garantías reales para trabajar hacia la prevención de estos abusos aberrantes. Sin embargo, a varios años de firmados esos acuerdos, la violencia doméstica sigue siendo practicada con impunidad. Se calcula que de cada cinco hechos de violencia doméstica que se producen solo se denuncia uno.

Ayer se conmemoró el Día Nacional contra el Femicidio, una efeméride instaurada hace tres años que busca concientizar sobre este flagelo y comprender que no son “dramas pasionales” (como se los llamaba antes), sino que son verdaderos asesinatos y para que ocurran hay siempre muchos cómplices, es decir, todos aquellos que podrían haber influido para que no sucedieran.

Cuadros así se repiten en el orden mundial, lo que ha llevado al secretario general de la ONU, Antonio Guterres, a proponer el desarraigo del tipo humano adicto a las conductas violentas y promover, en cambio, otros “modelos de masculinidad saludables”.

Esa convocatoria señala indirectamente la influencia adversa que ha tenido la educación tradicional según modelos culturales que han exaltado la necesidad de que el hombre haga valer su voluntad aún con la violencia.

De ese modo, se estimuló al varón para que marginara o anulara la personalidad femenina, como lo han descrito psicólogos y terapeutas que se ocupan de esta compleja problemática.

Varios especialistas han tratado con solvencia la cuestión, en la que ha calificado de “masculinidad tóxica” el supuesto paradigma que ha incidido en la formación de muchas generaciones y ha servido para promover comportamientos autoritarios, agresiones, humillaciones, castigos injustos y una vida sexual sin consideración por la mujer. En todos esos casos estuvo presente la errada creencia de que se poseía el derecho de imponerse a la mujer por cualquier medio, porque no hacerlo demostraba ser “poco hombre”.

Desterrar una concepción de la personalidad de larga vigencia en la sociedad mundial es un propósito que requiere tiempo. Sin embargo, sobre todo a partir del pasado siglo, se han venido dando pasos importantes para afirmar los derechos de la mujer y prevenir este flagelo social que sigue creciendo peligrosamente.

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