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Juventud rural

Además de las numerosas preocupaciones que aquejan al rubro agropecuario en la Región de Ñuble, existe una inquietud creciente por parte de los agricultores respecto del futuro de la actividad, a partir del notorio envejecimiento de la población campesina y el desinterés de las nuevas generaciones por el oficio agrícola.

El desplazamiento intrarregional de los jóvenes de la ruralidad ñublensina es una realidad que hace referencia al movimiento de ese grupo poblacional del campo a la ciudad, debido a diversas causas que pueden estar determinadas por factores sociales, económicos, políticos y culturales que representan cambios en el desarrollo de la comunidad. Este fenómeno, muy acentuado en las últimas dos décadas, ha generado diferentes procesos que se encuentran conectados a dinámicas de educación, empleabilidad, vivienda y salud.

Lamentablemente, existen diversidad de problemáticas, potencialidades, sueños y expectativas de los y las jóvenes del campo que los alejan de sus territorios de origen. La marginalidad histórica que ha tenido el campesinado y el mundo rural en las agendas políticas ha hecho que las oportunidades sean escasas y que estos prefieran, en cuanto se gradúan de la enseñanza media, buscar nuevos horizontes lejos del ambiente donde crecieron, pero terminan engrosando los cinturones de pobreza de las grandes ciudades.

Por todo lo anterior, de nada sirve firmar acuerdos de libre comercio y abrir nuevos mercados para la exportación de frutas, si en los campos chilenos los ingresos apenas alcanzan para costear la canasta básica del supermercado. Esta realidad, que es conocida muy bien por los jóvenes del campo, es el principal factor del envejecimiento de la población rural, un fenómeno que solo podrá revertirse en la medida que el Estado tenga un rol activo en la superación de las principales dificultades que enfrenta el mundo rural.

Lo cierto es que hoy el campo y la ruralidad no ofrecen una alternativa sólida para que los jóvenes puedan desarrollar un proyecto de vida con dignidad. Ellos no están dispuestos a repetir la historia de sus padres: 40 años de trabajo, bajo el sol y el agua, para terminar con una pensión de indigencia y viendo como con cada saco que se lleva el intermediario se van también las utilidades que nunca le llegaron.

Más allá del desafío de ser potencia agroalimentaria, que sigue siendo más un eslogan que una realidad, el verdadero desafío de Chile debe ser el de mejorar las condiciones económicas para asegurar un desarrollo armónico del territorio, y ello supone el acceso a educación y a ingresos más que dignos en las zonas rurales, así como también un mejoramiento de la calidad de vida de sus habitantes.

Sin esto, los jóvenes jamás se quedarán. Nadie querrá estar en el campo produciendo comida y las zonas rurales terminarán todas convirtiéndose en parcelas de agrado, mientras importamos cada vez más trigo, maíz, arroz y carne.

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