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Estado que no ve la ruralidad

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La ruralidad es un concepto que en Ñuble representa una realidad binaria, pues desde allí se da cuenta de poderosos elementos identitarios y oportunidades de crecimiento económico, pero también se explican altos índices de pobreza y subdesarrollo.

No es un misterio que, históricamente, el mundo rural ha mantenido importantes brechas con los habitantes de las ciudades en ingresos, conectividad y acceso a educación, salud, electricidad, agua potable y alcantarillado. De hecho, los fuertes flujos de migración campo-ciudad que se observaron en el siglo XX en toda la zona central de Chile dieron cuenta de un proceso socioeconómico que privilegió el crecimiento de las ciudades a partir del desarrollo industrial, primero, y de los servicios, después, en desmedro de las zonas rurales.

La gente del campo, vinculada principalmente al agro, fue testigo durante décadas de esa inequidad que aumentó las brechas a un nivel exponencial, lo que sumado a la pérdida de competitividad de los cultivos tradicionales, el escaso desarrollo tecnológico de la agricultura y el avance de las plantaciones forestales empujaron con fuerza a la población a emigrar hacia las ciudades, muchas veces para engrosar los cordones de pobreza urbanos.

Al recorrer las comunas de la región se advierte que la escasez de oportunidades laborales han despojado a pueblos enteros de su población joven, lo que en la práctica es un círculo vicioso que perpetúa la pobreza y el aislamiento, pues desde el punto de vista de las políticas públicas es mucho menos rentable socialmente invertir en zonas con menor densidad poblacional; pero por otro lado, si no se ejecutan inversiones públicas es muy difícil apalancar inversiones privadas.

El informe temático titulado The New Rural Paradigm: Policies and Governance (El Nuevo Paradigma Rural: Políticas y Gobernanza), elaborado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) advierte que en nuestro país las áreas rurales enfrentan un contexto desfavorable vinculado a la emigración, al envejecimiento, a una base de conocimientos más baja y a la disminución de la productividad media del trabajo, todo lo cual reduce la masa crítica necesaria para proporcionar servicios públicos eficaces, infraestructuras y desarrollo de negocios, creando así un círculo vicioso.

Además, concluye que Chile carece de una política rural explicita y formal, como las que comúnmente existen en otros países de la OCDE; es decir, no existe un enfoque territorial integral para el desarrollo de las regiones rurales del país, lo que tiene diferentes consecuencias, como admitió el pasado viernes la directora del Instituto Nacional de Derechos Humanos, Consuelo Contreras, al referirse las dificultades que enfrenta la reconstrucción postincendios forestales. “No están todas las condiciones y es porque el Estado no ve a la ruralidad. Solo piensa en lo urbano. En esta emergencia se vuelve a notar la disociación que hay entre el gobierno central y la ruralidad”, resumió la directora del INDH.

Es hora de dejar de ver al mundo rural como una categoría residual y desde esa otra cara que tanto apreciamos, la de la identidad y su vocación agropecuaria, construir una nueva mirada que sume capital humano calificado y tecnología para responder con innovación a los desafíos del siglo XXI, de manera que en un futuro no tan lejano podamos explicar no el atraso, sino la prosperidad de Ñuble a partir de su ruralidad.

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