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El campo de batalla de la política

Aristóteles, en su Ética a Nicómaco dedica importantes capítulos a explicar por qué la amistad es una virtud moral fundamental para la vida. Según el pensador griego, las sociedades para poder progresar necesitan leyes e instituciones justas, pero sobre todo requieren de la concordia, de la amistad cívica, sin la cual la vida pública no funciona. La ciudad (polis) no es posible sin la amistad. Y es que la política es el espacio de lo público, que se constituye en un espacio de todos, que debe interesar a todos y que siempre afecta a todos, concluye el filósofo considerado padre de la cultura occidental.

Mil años después, pero con la misma inspiración, Immanuel Kant afirmó que la verdadera amistad debe ser elevada a la categoría de un deber moral ineludible, propio de la voluntad autónoma y por tanto que distinguiría a la persona en su más nítida condición humana.

En definitiva, lo que filósofos e intelectuales han descrito una y otra vez como propiedades de la amistad constituye el núcleo básico de la ciudadanía y de quienes la representan, y que es necesario, con urgencia, volver a poner en práctica ante el abandono de valores fundamentales que están dañando a nuestra democracia y poniendo en crisis a las instituciones y a la vida cívica.

Esa es la imagen que hoy nos entrega buena parte de la política chilena. Una actividad que parece centrar su mirada exclusivamente en el enemigo, o en los muchos enemigos que algunos personajes y sectores necesitan recrear constantemente para alimentar su estructura de sentido. El día para ellos se organiza a partir del resentimiento, las horas pasan inventando trampas para debilitar al adversario, impera el estilo combatiente y la comunicación desarrolla una retórica engañosa, hoy conocida como “fake news”.

De esta última lógica y sus manifestaciones hemos tenido demasiado en los últimos dos años, donde los niveles de intolerancia y odiosidad revelan la incapacidad para entender que la amistad cívica no significa uniformar el pensamiento o suprimir el disenso o los conflictos propios del ámbito político. Por el contrario, es la amistad cívica la que posibilita el debate, el respeto al que piensa distinto y no abandonar el horizonte más amplio del bien común, como ocurre actualmente con la UDI y su negativa a sentarse a discutir una reforma que mejore las pensiones de miseria que reciben millones de chilenos y chilenas.

La función política es una de las actividades de mayor impacto social, no solo debido a que las decisiones que se toman afectan directamente el bienestar de las personas, sino que también proyectan las conductas y valores de sus actores hacia el resto de la población. Esto adquiere cada vez mayor relevancia, a medida que las sociedades se tornan más complejas, con mecanismos de poder y comunicación social más sofisticados. Por tal motivo, debe existir una constante preocupación por fomentar activamente conductas socialmente responsables entre quienes detentan cargos públicos, no las descalificaciones, noticias falsas, chantajes políticos y golpes bajos contra el adversario que hemos visto en los últimos días.

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