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Dejemos que la gente hable

El 11 de septiembre de 1973 se inicia en el país una transformación social y económica cuya estructura perdura por más de 47 años. En el aspecto económico se migra de un modelo de industrialización por sustitución de importaciones hacia un modelo exportador basado en la libre competencia. En el aspecto social, la política cambia desde un modelo de subsidio a grupos específicos de la sociedad a un modelo de subsidio en formato váucher al portador. En lo relativo al diseño y liderazgo de la puesta en escena de las políticas, el modelo se modifica desde una visión dogmática de la sociedad a una visión pragmática de grupos de expertos, con la venia de la élite dominante.

En este formato, la voz de la gente deja de tener relevancia. Las soluciones a los problemas pasan a ser materia eminentemente técnica. El diseño queda en manos de expertos. La meritocracia es asumida como un paradigma de la buena administración. De esta manera, se garantiza el aterrizaje en un país desarrollado, justo y colmado de oportunidades. Para que dicho escenario sea reconocido por los hogares como una realidad, se requiere del esfuerzo individual. La fórmula para sumarse al “exitoso” modelo de desarrollo social y económico es simple. Se debe “tener la voluntad y actitud de poner el cerebro en forma para desarrollar técnicas que multipliquen el rendimiento, el bienestar y las posibilidades de alcanzar con éxito el futuro que cada uno desea”. Aquellos que manifiestan limitaciones para el desarrollo y uso de las técnicas disponibles, el sistema pone a disposición de los usuarios paquetes de transferencia, formación y/o capacitación para el desarrollo de las capacidades mínimas que se requieran.

El 25 de octubre de 2019, en un masivo acto ciudadano, se genera un punto de quiebre en el curso de nuestra historia. El diseño de los expertos tenía errores insalvables. Dichos errores podrían haber sido atenuados si se hubiese escuchado la voz de la gente.

El modelo exportador tenía una falla. En una economía abierta, la competitividad de economías en vías de desarrollo está en la producción de materias primas. En la producción de cobre, celulosa y salmón alcanzamos categoría mundial. Juntamente con ello, también lideramos la concentración de la riqueza y la desigualdad.

El modelo de esfuerzo individual tenía una falla. El tamaño reducido de nuestro mercado profundiza los efectos adversos en situaciones de interdependencia. En mercados pequeños, la individualidad actúa como un agente depredador para las pequeñas y medianas empresas. Al igual como ocurre cuando se encierra un elefante dentro de una cristalería, los ciclos económicos y la posición dominante de las grandes empresas condenaron a la pyme local a renunciar a la posibilidad de crecer.

El modelo de capitalización individual de las AFP tenía una falla. La exitosa gestión de las AFP’s está objetivamente reflejada en el historial de altas rentabilidades. Sin embargo, dicho atributo no fue suficiente para compensar el exiguo ahorro mensual que subyace a los bajos salarios. Tampoco previó las lagunas previsionales originadas por los ciclos económicos y/o períodos de bajo crecimiento.

En resumen, los errores de diseño del camino elegido nos llevaron a una grave crisis institucional cuya solución dependerá, en gran medida, de que seamos capaces de escuchar a la gente.

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