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Comercio local

La premiación que se realizó este año por el Día del Comercio, donde se reconoció la contribución histórica de siete tiendas que tienen más de 50 años de trayectoria en Chillán, releva no solo la perseverancia y adaptación de sus propietarios, sino también nos evidencia un fenómeno que se ha repetido en las principales ciudades del país y que se ha traducido en la paulatina desaparición del comercio tradicional local.

Fue a mediados de los noventa cuando el boom de las cadenas nacionales requirió su expansión a buena parte de Chile, y en Chillán se observó la aparición de farmacias, multitiendas y un mall que afectaron duramente las ventas de los locales existentes, cuyos propietarios se vieron en la difícil disyuntiva de continuar luchando con márgenes estrechos y despidiendo personal o cerrar el negocio.

Pasó lo inevitable y muchos sucumbieron a atractivas ofertas de arriendo por sus locales. Tradicionales negocios familiares optaron por cambiar el giro de comerciantes, a rentistas. En otras palabras, cerraron sus tiendas y arrendaron sus propiedades a empresas que ofrecieron altas cifras por contratos a largo plazo, cifras nunca antes vistas en la capital de Ñuble.

Y mientras la competencia de las grandes tiendas y las cadenas diezmaba el comercio local gracias a las facilidades crediticias y a una fuerte inversión en publicidad e infraestructura, los otrora dueños de Chillán se retiraron a sus casas a vivir de sus rentas. Naturalmente, era mucho más rentable arrendar que seguir explotando el negocio, aunque eso significara apagar un capítulo de la historia, poner fin a un estilo de comercio más personalizado y familiar, a la promoción de los productos manufacturados en Chile y a la generación de empleos de calidad. No se les puede culpar. Sencillamente, operó el mercado desregulado y cada cual actuó de acuerdo a sus intereses y necesidades. El proceso se ha ido profundizando en las décadas siguientes y actualmente el centro de Chillán se enfrenta a una nueva oleada de arriendos, de la mano de amplios locales comerciales de productos chinos que forman parte de extensas redes de empresas familiares, como también de los cuestionados salones de juegos de azar, que nuevamente se han multiplicado en el centro de la ciudad.

Lamentablemente, este fenómeno también tiene consecuencias negativas desde el punto de vista urbano, pues se están desaprovechando espacios públicos, y se erigen cajas de cemento que plantean un comercio hacia adentro. Ello, sin mencionar los nocivos efectos que los casinos populares están teniendo sobre apostadores de recursos limitados y sobre el propio comercio.

Frente a este panorama nada auspicioso, conviene plantearse la conveniencia de establecer ciertas regulaciones, tanto a la proliferación de los casinos, como a la arquitectura y ubicación de multitiendas y nuevos outlet que venden productos importados de China.

Puede ser tarde en algunos casos, pero aún existe un disminuido patrimonio humano y arquitectónico que cuidar, ese que aún muchos chillanejos y chillanejas valoran, y que hacen de una ciudad distinta a otras, pese a que una tienda del retail o un mall chino luzca igual en Coquimbo, Talca, Temuco o Chillán.

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