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Malos ciudadanos, peores políticos

La democracia en Chile está cotizando a la baja. La última encuesta CEP reveló que más de la mitad de la población cree que hay otras formas de gobierno mejores, mientras que el estudio de Criteria –también de este año- muestra que desde 2019 a la fecha la valorización de nuestro sistema democrático cayó 25 puntos.

Es clara e indudable la responsabilidad, en esta mala imagen de la democracia, de quienes participan de la actividad política en sus diferentes niveles, aunque hay que tener cuidado con la sobre simplificación y cargar toda la responsabilidad de lo malo que nos pasa a los políticos.

Igualmente, sería injusto y desalentador pensar que son todos y todas iguales; esa otra generalización es, en realidad, la mejor defensa para los que no la merecen. Los políticos no son todos iguales, como los ciudadanos tampoco lo son. Y, en verdad, ellos no son los únicos responsables del actual estado de cosas; parte de la ciudadanía comparte esa pesada carga.

Son muchos los que, sin actuar en la política partidaria, se desempeñan en posiciones de liderazgo en la sociedad: empresarios, sindicalistas, docentes, profesionales, artistas, intelectuales, dirigentes deportivos, de organizaciones de la sociedad civil, etc. Y si bien es cierto que el grado de responsabilidad no es el mismo, la corresponsabilidad por la conducción de un país, de una región o de una ciudad, es de toda su dirigencia.

¿Asumimos entonces con honestidad nuestro grado de corresponsabilidad por las cuestiones públicas? ¿Son nuestras conductas tan distintas de la de los políticos que tanto criticamos?

Al responder estas preguntas probablemente lleguemos a la conclusión de que los políticos hoy nos representan muy bien. Que son la imagen que el espejo nos devuelve. Que la pobreza de visión e intolerancia de nuestros legisladores es también equivalente a nuestra pobreza cívica y a nuestra ineptitud para aceptarnos como miembros de una misma sociedad. Ineptitud para generar esa confianza básica que precede a cualquier proyecto relevante. Por eso fracasó el primer experimento constitucional y por lo mismo lo hará el actual proceso: intolerancia.

El gran desafío es entonces reconocer, en primer lugar, nuestro grado de corresponsabilidad. Dejar de mirar siempre al político como el único responsable de nuestros pesares y comprender que entre todos construimos el país, la región o la comuna en que vivimos.

La única forma de romper el círculo de apatía y desilusión que amenaza a nuestra democracia es iniciar una nueva cultura política basada en la honestidad, la humildad, la tolerancia y la buena gestión, todas virtudes que hoy se ven lejanas en medio de los escándalos de corrupción que ensucian al Gobierno, de la hipocresía de la oposición, de los delirios de Republicanos y de los corifeos de la izquierda.

Habría que agregar, sin embargo, que para que aquello sea posible es imprescindible que los ciudadanos asuman que no basta con personajes carismáticos, una buena foto y un texto de 120 caracteres, sino también se necesitan ciudadanos activos, educados y conscientes de que la política no es propiedad de los políticos y de quienes los controlan, sino que nos pertenece a todos, que somos la razón de ser de ella y los destinatarios finales de sus triunfos y fracasos.

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