Señor Director:
Con estupor e incredulidad he mirado las imágenes que circulan en redes sociales sobre los lamentables hechos vandálicos ocurridos en mi querido Colegio Seminario Padre Hurtado.
El deterioro sostenido de la calidad educativa no puede atribuírsele al profesorado, sino a su sostenedor. En efecto, la negligente administración de los últimos Obispos y la fundación sostenedora han empujado al colegio a una crisis donde la falta de compromiso de muchas familias con su proyecto educativo es evidente.
Confluyen en la crisis dos factores fundamentales. El primero ya mencionado; y el segundo tiene que ver con una política pública que ha causado estragos en todo el país: la mala reforma educacional de mediados de la década pasada.
Querer un sistema más inclusivo -en eso, creo, coincidimos todos- no implica renunciar a dos principios básicos: el mérito académico y el compromiso de las familias con el proyecto educativo. Lamentablemente, las políticas públicas implementadas eliminaron ambos elementos del proceso de admisión, dejando los establecimientos particulares subvencionados literalmente a la suerte.
En su momento fui de aquellos que advirtió esta situación. Junto a otros ex alumnos propusimos que el colegio no se adscribiera a la reforma y, como contrapunto, estableciera un sistema de arancel diferenciado -partiendo desde la gratuidad- que permitiera que familias diversas confluyeran en un punto de encuentro sin sacrificar la calidad, el mérito y el involucramiento familiar en el proceso formativo. Uno de los más fieles detractores fue, en ese entonces, el Centro de Padres, que se sumó irreflexiblemente a la idea de la gratuidad sin medir sus implicancias. Ellos también son responsables.
Hoy, con tristeza, escuchamos diariamente entre ex alumnos conversaciones donde una frase se reitera una y otra vez: “ya no es lo que era”. Permítame agregar, como optimista empedernido, que “puede volver a serlo”.
José María Del Pino Carrasco
Periodista, investigador de la Universidad de Columbia en Nueva York
