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Cocina y política

Señor Director:
En la política chilena, la carga ideológica ha llegado a tal punto que el verdadero significado de ciertas palabras se ha tornado  maldito. Es el caso de la palabra cocina, utilizada en la política para graficar reuniones a “puertas cerradas”, para buscar acuerdos.

Toda reunión previa a las formalidades institucionales ha sido calificada como maldita cocina. La “cocina” es consustancial a la política que, surgió, precisamente, para buscar acuerdos que hagan posible la convivencia social.Pero como la realidad es porfiada, los críticos de la “cocina” se ven obligados a “cocinar”. Durante la Convención Constituyente, veíamos por televisión cómo operaban múltiples pequeñas cocinas en los jardines del Congreso Nacional, mientras otras lo
hacían a “puertas cerradas”. La crítica situación que vive el país obligará a “cocinar” al interior de cada bando y posteriormente entre los bandos. En buena hora, porque mientras se “cocine” no habrá violencia. No es la “cocina” un daño a la política, como lo es la violencia y la ruptura del diálogo.

La sociedad anhela que los políticos se pongan de acuerdo y no conviertan el gran oficio de la política en una riña de gallos, donde un gallo debe morir.

Nada provoca más daño a la convivencia social que la llamada decisión de “avanzar sin transar”, es decir, destruir al enemigo.

Entre los miembros de la comunidad histórica, no debe haber enemigos, cuando más adversarios y, mejor todavía, interlocutores, todos somos chilenos, la historia los puso a todos juntos en un mismo territorio y todos tenemos los mismos derechos para opinar sobre el destino nacional. Solo los totalitarios que se dicen partidarios de abolir la propiedad privada buscan, paradojalmente,  hacerse propietarios del Estado, la economía y la cultura.

Alejandro Witker / Historiador

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