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Pueblos originarios de Ñuble buscan rescatar sus tradiciones

lucy Catricheo (60) prepara un postre de piñones junto a sus compañeros de la Asociación Mapu Trafün en Chillán Viejo. Es una de las recetas que aprenden en el taller de comida ancestral mapuche en el que participan este año. Ella asegura que lleva la trapelacucha en su cuello y el trarilonco en su cabeza, con orgullo. Pero hace una década no conocía nada de eso. Pese a que por Ñuble ya han pasado cinco generaciones de su familia, sus tradiciones se perdieron cuando su abuelo dejó la comuna de Máfil, cerca de Valdivia, para vivir en Chillán.

Lucy admite que sintió la necesidad de conectarse con la cultura mapuche cuando vio en televisión la oposición de las hermanas Quintremán a la represa hidroeléctrica Ralco, en Alto Biobío. “Lo que despertó mi sentir fue cuando las hermanas Quintreman tenían una lucha contra Endesa porque les querían quitar su territorio. Ellas pelearon mucho por la defensa de la tierra, por lo que abrí mis ojos y comencé a informarme. Ahí partió la necesidad de poder asociarnos, porque comprendimos que la única forma de aprender sobre nuestra cultura era esa”, relata Lucy, quien es la presidenta de Mapu Trafün.

22.341 personas declararon pertenecer a pueblos originarios en Ñuble, según cifras del Censo 2017. Más del 80 por ciento de ellos tienen raíces mapuche. En muchos casos sus antepasados llegaron a la región desde hace décadas, por lo que actualmente. por medio de programas gubernamentales, luchan por recuperar la cosmovisión mapuche que perdieron. Si bien reconocen la importancia de los proyectos estatales, reclaman que su lengua y tradiciones están desapareciendo.

Lucy asegura que “queremos que la lengua se imparta a todos los niños. Si se les enseña desde pequeños el respeto por la naturaleza construirán una sociedad más tolerante, sin todo lo que nos han impuesto. Nosotros participamos en talleres de mapudungún, cocina, alfarería mapuche, serigrafía para estampados, siempre estamos aprendiendo”.

El lonco de Quirihue

“¿Papá, por qué en las noticias dicen que nosotros somos terroristas y quemamos camiones? Es la pregunta que Ayelén y Aliwen hacen cons-tantemente a su padre, David Pérez Huichalaf (61). “¿Has visto que cuando vamos a Icalma -comunidad pehuenche ubicada en La Araucanía- nuestros hermanos hagan daño a la naturaleza o a la vida humana?”. Es lo que asegura que les responde a sus hijos de 9 y 5 años. Pérez Huichalaf recuerda que su abuelo Francisco fue el último cacique en realizar un parlamento en 1907.

Él es el lonco de aproximadamente 100 familias de origen mapu-che en Quirihue, donde llegó desde Valdivia, hace más de 30 años. “Soy parte de la gran can-tidad de mapuches que fui-mos criados en la ciudad, ya que inmigramos para buscar mejores oportunidades. Por iniciativa propia, estamos en una búsqueda constante de nuestras raíces y de recuperar la cosmovisión de la vida”, sostiene. Cuenta que desde pequeño, su madre le inculcó “el orgullo de ser mapuche. Eso significaba mucha discriminación de parte del colegio, de los compañeros, del barrio, porque hace 55 años decir en la ciudad que uno era mapuche era un estigma de ser ignorante, pobre, feo y de tener el pelo tieso. Pero mi madre me enseñó a tener autoestima”.

David viste atuendo mapuche en actividades oficiales y relata que su asociación participa en programas de danza y canto para recuperar sus tradiciones. “Nos reunimos en las casas de los hermanos que viven en un sector rural, y también en espacios municipales. La principal característica del mapuche es que se sienta en círculo, toma mate y conversa, nuestra lengua no es escrita, por eso por esencia tenemos la habilidad de la oratoria”. Pide a las autoridades que “exista un mayor fortalecimiento y apoyo a las organizaciones mapuches, particularmente a las mujeres mapuche porque el mayor liderazgo de todas las organizaciones está en sus manos. Además necesitamos que nuestros niños tengan el apoyo para seguir estudiando, el número de proyectos que se asignan a Ñuble todavía es pequeño. Deben restituir al pueblo mapuche que vino por razones de trabajo y fue empujado a abandonar el sur, y hemos adoptado este territorio de Ñuble como nuestro Ñuque Mapu (madre tierra)”.

El último de una generación

Douglas Lorenzen Pavez (24) no tiene apellidos con ascendencia mapuche. Su abuelo fue el último miembro de la familia que los tuvo. “Mi abuelo nunca le inculcó nada a mi madre, porque en este tiempo no se valoraba ser mapuche, era una carga. Pero ella siempre recuerda las comidas que preparaba su abuela. Ella me motivó a inscribirme en un curso de mapudungún”, detalla. Douglas es profesor de educación física e imparte talleres de mapudungún y juegos mapuche en escuelas. “En Ñuble hay muy pocas personas hablantes, a mí en la escuela nunca me enseñaron que todavía existen pueblos originarios, por eso me gusta derribar los prejuicios que tienen los niños respecto a los mapuche”, enfatiza. “En las clases había niños con ascendencia, pero la ma-yoría no la tenía. Sin embargo, aquellos con apellido mapuche sentían vergüenza y tenían una visión negativa de nosotros: que están extinguidos y que son delincuentes”. Douglas detalla que con el correr de las clases los alumnos cambiaron su punto de vista. “Les gustaba mucho la clase de mapudungún, yo les enseñaba a través de juegos, por ejemplo el maumillan, en el que se vendan dos niños y uno tiene que atrapar al otro. Uno dice mau, y el otro responde millan, y solo con esa pista tienen que encontrarse”, explica. “Yo pienso que una de las cosas más importantes es que se trabaje la interculturalidad en las escuelas para todos. Conadi reconoce ascendencia mapuche hasta la tercera generación, mis hijos no la tendrán, pero quiero que se sientan orgullosos de sus raíces”, enfatiza.

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