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Presidente Boric

Agencia Uno

Gabriel Boric asumió ayer la Presidencia del país, en una ceremonia cargada de simbolismos. A sus 36 años, el ex diputado por Magallanes se convirtió en el presidente más joven y más votado de la historia del país. Una imagen que dio la vuelta al mundo, destacada por su sentido republicano y sobre todo por ser el primer mandatario ajeno a las grandes coaliciones de centro-izquierda (5 gobiernos) y derecha (2 gobiernos) que gobernaron los últimos 30 años.

En efecto, el antiguo líder estudiantil recibe un país que está cerrando un ciclo de política tradicional, con el desafío primario de responder a las demandas sociales que exigen mejores condiciones de salud, educación, jubilación e igualdad social. Y a su vez, tendrá que sumar apoyos para concretar la parte final del proceso constituyente y convocar un plebiscito para aprobar o rechazar una nueva Constitución que reemplace a la actual, herencia de la dictadura de Pinochet.

En paralelo, deberá enfrentar los problemas de una gran migración irregular, el conflicto histórico entre el Estado y el pueblo Mapuche, y una crisis económica producto de la pandemia por coronavirus, además de las consecuencias globales desatadas por la guerra en Ucrania.

El Presidente sabe que gobernará con un Parlamento fraccionado y una minoría de la nueva alianza oficialista, conformada por Apruebo Dignidad (RD, CS, Comunes, Unir, PC, FREVS, AH), el Partido Comunista, el Partido Socialista, y el posible apoyo de colectividades debilitadas como el PPD, la DC y el PRSD . Sin embargo, no le bastará para obtener una mayoría mínima en el Congreso que respalde sus propuestas, como una ambiciosa reforma tributaria que recaude el 5 % del PIB para financiarlas.

Por lo mismo, “acuerdos” y “paciencia” (“no se podrá hacer todo al mismo tiempo”, ha reiterado) se han vuelto palabras comunes en su relato, tras el triunfo del 19 de diciembre. Pero también es consciente que deberá emitir señales políticas precisas y diferenciadoras respecto a lo que representará su gobierno. Su administración deberá moverse entre el anhelo de la discontinuidad, es decir, hacerse cargo de esa mayoría que desaprobó a la derecha y a la ex Concertación -y al final optó por el cambio- y la necesidad de no tensionar en exceso los nexos con la oposición.

Es probable que este realismo incomode a sectores de su misma coalición, que esperan transformaciones radicales en breve plazo. Lo advirtió anoche en su primer discurso desde el Palacio de La Moneda: “Vamos lento, porque vamos lejos”.

La tarea no será fácil y Boric y su equipo lo saben. Si la brecha entre lo que se espera y lo que se hace es muy grande, la credibilidad del Gobierno se verá irremediablemente dañada. Sin embargo, si demuestra capacidad técnica y habilidad política y sabe comunicarle a los chilenos y chilenas con claridad sus líneas de acción, pero sobre todo los beneficios a mediano plazo de actuar con racionalidad, calmando la impaciencia de algunos sectores, habrá acumulado un capital social y político importante para llevar adelante su agenda y le ayudará a cerrar las brechas entre las elevadas expectativas y las posibilidades reales de satisfacerlas.

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