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En torno a una nueva sensibilidad política

Alejandro Llano hacia fines de la década de los ochenta publicó La Nueva Sensibilidad, ensayo que describía con minuciosidad algunas características culturales que predominaban en grupos humanos diversos. Entre esas características, Llano resaltaba la peculiar relación entre el Estado y el mercado, que constituían en sí mismos, los dos grandes referentes en que parecía conjugarse gran parte del desarrollo y prosperidad de la sociedad y las personas. Además, el filósofo hispano reivindicó en ese texto, por una parte, la dimensión cultural de las personas, y por otra parte, la familia como núcleo de los cambios que permitirían superar el sobrevalorado y en cierta medida, presumido individualismo impulsado por el economicismo en auge. Para el filósofo, la nueva sensibilidad comenzaba a moverse tras la virtud, lo que implicaba comprender que actitudes como la solidaridad, u objetivos como la convivencia social nutritiva y el fortalecimiento de la familia, serían los vectores que nos permitirían vivir bien entre aquella fluctuante tensión entre los dos grandes referentes sociales. Ahora bien, ¿es posible reseñar para Chile, una nueva sensibilidad cultural y social en base a la trayectoria política por la que transitamos actualmente? Cabe considerar, primeramente, que la casi inagotable tensión en torno a lo público versus lo privado y del Estado versus el mercado, junto a la consigna de que la fuente de todos los males se encontraría en el neoliberalismo, dan poco espacio para intuir luces de un ethos nutritivo, renovador, e inspirador.

Con todo, más allá de tanta discrepancia política o desencanto moral, convendría tener en cuenta que los cambios sociales acontecen en la medida que sean las propias personas las que cambian. Platón y también Aristóteles vieron, acertadamente, que la forma social es la amplificación de cómo somos las personas. Ambos pensadores propusieron, cada cual de acuerdo a sus fundamentos, que el orden político se explica o fundamenta en una perspectiva antropológica y que el puente que vincula -o disocia- a los ciudadanos en torno a una búsqueda conjunta del bien para todos, es la ética.

De esta manera, a la pregunta acerca de cuál es la identidad antropológica que correspondería proyectar para conformar una nueva sensibilidad política en nuestro país, cabría plantear que si lo que se busca es que como nación crezcamos en libertad, que seamos un país que reconoce a las familias un lugar preferente en la articulación social, que cultivemos una relación social en que la dignidad de la persona se sitúa en la cúspide tanto de los derechos individuales como de los colectivos, y que nos distingamos por respetar y poner en práctica la deliberación razonada tanto para resolver las controversias como para proponer nuevos rumbos comunes, entonces es necesario que cada cual de acuerdo a su posición en la sociedad y a la forma en que contribuye al bien común, se proponga un itinerario de colaboración sustentado en estos propósitos, y no espere a que sea el Estado quien defina los valores morales por los que tenga que encaminar su vida social.

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