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El emotivo reencuentro de una familia chillaneja separada por una adopción irregular en EE.UU.

Por más de tres décadas, la familia Figueroa Vera vivió con el peso de un misterio sin resolver. Una dolorosa historia marcó su pasado tras la desaparición del menor de sus integrantes, quien fue arrebatado cuando tenía no más de cinco meses de vida. Su madre María, sumida en la tristeza, murió con la incertidumbre de su paradero y esperando el reencuentro con su hijo a quien llamó Gustavo. Sin embargo, él y el resto de los hijos no claudicaron en esa misión y lograron cerrar esa herida que por 35 años su mamá llevó sin cicatrizar.

La verdad salió a la luz y por primera vez se reencontraron a través de una videollamada con Gustavo Figueroa Vera, solo que ahora su nombre era Benjamín Gustavo Frutcher y está radicado en EE.UU. Desde allá, él no estaba ajeno a sus raíces chilenas. Inició en paralelo su propia búsqueda y con sus antecedentes de adopción se abrió camino con la organización Connecting Root, que le permitió conocer a sus seres queridos biológicos y oriundos de Chillán.

Desde la población Wicker, sus hermanos Margarita y Vladimir reconstruyeron la historia y las circunstancias en que al menor de la familia se le pierde el rastro en 1987, en los últimos años de la dictadura militar.

“Mi hermano mayor lo llevó al hospital, porque le había dado fiebre en la noche. Mi mamá tenía un problema a las caderas y no podía caminar bien al igual que mi padre. Después ella llegó y lo trasladaron a Coanil, porque estaba un poco desnutrido, se supone que para ayudarlo, y ella lo alcanzó a ver dos veces y después se lo negaron. Dijeron que se lo llevaron a Concepción, que luego lo iban a devolver a Chillán, pero nunca fue así. Después ella no supo nada de él, no sabía dónde buscar. Ella no hizo nada (denuncia) por miedo”, recordó Margarita, quien tenía siete años cuando Gustavo fue separado y es la tercera del grupo familiar.

Tras la desaparición, su madre buscó respuestas de su paradero, sin embargo, sus preguntas rebotaban en muros de silencio, el mismo que ella mantuvo tras atravesar por una depresión irreversible hasta sus últimos días.

“Mi mamá se mantuvo con un silencio eterno. Le preguntábamos por nuestro hermano, y ella no hacía más que llorar. Mi papá no ha querido hablar por miedo o porque no sabe que pasó, tiene bloqueado ese momento. Él no estuvo muy involucrado ahí. Era mi mamá la que iba a ver. Mi padre por sus piernas no podía caminar mucho, no la podía apoyar en los viajes para ir a ver a mi hermano”, comentó.

Cuando su hermano desapareció recordó que la familia vivía junto al abuelo, quien, con su oficio de mecánico, los ayudaba a mantener el hogar ya que su papá no podía trabajar y dependía de una pensión de invalidez.

“Mi mamá como empezó a tener tantos hijos también dejó de trabajar como asesora de hogar. Como contábamos con el apoyo de nuestro abuelo podíamos sobrellevar todo. Ella siempre fue cariñosa, siempre nos demostró que nos quería y que nos cuidaba como podía. Mi hermano nació con un bracito delicado, que no podíamos tocar mucho, lo sacaron mal del parto. Con tantos hijos que tenía mi mamá le empezó a faltar las comidas de la guagua, como la leche, por eso yo creo que se desnutrió”, dijo.

Desde la familia biológica están convencidos de que se orquestó una operación destinada a quitar a Gustavo del seno familiar, aprovechándose del analfabetismo y de las condiciones económicas de su mamá, y del temor que existía en esa época a denunciar ante las instituciones, sobre todo en aquellas mandatadas a velar por la población infantil.

“A mi hermano se lo quitaron o se lo robaron como decimos nosotros, porque mi mamá era analfabeta, no sabía nada, no tenía estudios. Ella siempre andaba con nosotros pa’ arriba y pa’ abajo por la discapacidad de mi papá. Ella siempre decía que mi chiquillo me lo robaron. Tenía mucha pena de no poder haber luchado, de no haber confiado en alguien o contarle algún vecino que la hubiese ayudado a rescatar a su hijo. Pensamos que ella siempre tenía miedo de haber hecho algo, porque no tenía apoyo o a quién recurrir sin que le fuera a pasar algo”, denunció.

Palabras que reafirmó el séptimo de los hermanos, Vladimir Figueroa (36), quien junto a su pareja y resto del clan, también buscaron a Gustavo, a través de redes sociales, navegando por Google, asistiendo a posibles direcciones donde podía estar dentro de Chile. Incluso dieron a conocer su historia a la Agrupación “Hijos y Madres del Silencio”, que entrega apoyo a víctimas de adopciones ilegales y tráfico de niños, ya que tenía la esperanza de que ese sitio los podría unir.

“El aprovechamiento de las personas fue grande, no tuvieron escrúpulos, ni lástima en hacerle daño a una familia que realmente no se lo merecía. Fue como una mafia de robo de niños, que se dedicó a eso, en esos años, y fuimos víctima de su ambición. A mi madre, en una situación de pobreza con más hijos, nadie le quiso abrir las puertas para ayudarla. Fue todo oscuro para ella”, lamentó.

Esa historia la desconocía su hermano biológico Benjamín, en New York, ya que pensaba que había sido adoptado en regla, desconociendo la realidad de sus raíces. Sin embargo, a través de la Fundación “Coneccting Roots”, constituida en ese país por ciudadanos estadounidenses nacidos en Chile y adoptados ilegalmente, se realizó la investigación y pudo conocer a sus parientes chillanejos.

En mayo pasado la organización tomó contacto con la familia, luego en agosto se tomaron muestras de ADN a Margarita y a su papá, las que confirmaron el vínculo sanguíneo con Benjamín. El 14 de septiembre recién pasado pudieron reencontrarse a través de la videollamada.

“Fue una alegría inmensa, una sensación de sacarse un tremendo peso de encima y fue hermosa la noticia. Desde el momento que me llamaron, en mayo, tuve la corazonada de que era él. Cuando vinieron de la organización nos mostraron una foto y antes del ADN, ya sabíamos que era él. (…) Él tenía otra información, que había sido entregado legalmente en adopción por voluntad de los padres, y que probablemente el papá biológico no era su papá. Y ahora se desmintió todo, porque el ADN arrojó que su padre era verdadero y que la historia era otra”, explicó Vladimir.

Para Margarita el reencuentro virtual, que se extendió por dos horas, marca el inicio de una relación que esperan reconstruir en el tiempo. “Una felicidad grande, porque verlo era como mirar a mis hermanos más chicos y estaban todos emocionados, felices. Se nos cayeron las lágrimas y se notaba que él estaba tranquilo de vernos y saber que éramos su familia. Él estudió algunas palabras para saludarnos y está en un curso de español para que cuando pueda viajar pueda comunicarse. Nosotros también vamos a estar en un curso para poder aprender inglés e instalar un diálogo”, comentó.

En lo personal, Margarita consideró que es importante denunciar el caso por el daño que causó la red de mentiras y engaños que se tejió en contra de sus seres queridos. “Vamos a poner una denuncia en la PDI, porque mi hermano tiene una información errónea en los papeles de adopción, que no es verdadera. Sale que mi papá nos había adoptado a todos como hijos, sabiendo que es él nuestro padre biológico y que ha estado toda la vida con nosotros, nunca nos ha abandonado. Salía que mi mamá era soltera con siete hijos y que cuando nació Gustavo se había casado, porque era el único hijo natural, y eso es mentira. A mi mami la dejan muy mal en ese papel. Ella nunca iba a regalar o vender a mi hermano. Eso era imposible. Si ella con esfuerzo nos cuidó a todos nosotros, por qué iba a dejar a uno solo. Era ilógico”, reveló.

Aliados en la búsqueda

“Coneccting Roots” nació hace dos años a partir de la historia de Tyler, un joven norteamericano nacido en Temuco, que conoció a su madre biológica 38 años después de ser sustraído. Fue dado por fallecido ante su familia de origen para concretarse la adopción ilegal.

La fundación, creada por ambos, ayuda a familias que han pasado por lo mismo, gestionando test salivales de AND, entregando soporte psicológico y ayudando con traducciones. Solo en los últimos 12 meses, han resuelto 14 casos, entre ellos, el correspondiente a Benjamín, el primero con origen ñublensino que investigan.

El vicepresidente de la organización, Juan Luis Insunza, explicó el trasfondo en que se producían las adopciones ilegales. “Funcionaba una mafia de tráfico de niños. Los primeros casos que se reportan son de mediados de los años 60 y los últimos casos son de mediados de los 90. O sea, el tráfico, las organizaciones que hacían este delito, van mucho más allá de la dictadura. Sin embargo, entre el 73 y el 89, a través de políticas públicas que se implementaron bajo la dictadura, encontraron el caldo de cultivo para poder desarrollar estas operaciones de robo. (…) Se hacía por plata, aquí hay jueces involucrados, trabajadores sociales, abogados, doctores e instituciones”, sostuvo.

El camino que ha recorrido la fundación para concretar las uniones no ha sido fácil, ya que muchas veces se requiere información clave que no está disponible en forma libre y pública. Por esta razón, esperan que al igual que existe un Plan de búsqueda para detenidos desaparecidos también exista uno para las víctimas de adopciones irregulares.

“Una de las demandas que se hace es que haya un reconocimiento de que esto fue la verdad y que el Estado se comprometa a buscar también a estas 20 mil guaguas que salieron fuera y que hoy día son hombres y mujeres de 40 años, así como estamos buscando a los 1.200 desaparecidos. Es absolutamente necesario. Nosotros trabajamos con una media docena de voluntarios, y muchas veces nos demoramos en investigar los casos o en acudir a tomar el ADN, porque no tenemos plata para viajar sencillamente, o para mandar por encomienda el ADN”, enfatizó.

La ONG “Nos Buscamos”, en Chile, también trabaja en la misma causa, reuniendo familias separadas de forma forzada, cuyos recién nacidos, en el pasado, fueron dados en adopción irregular en el extranjero.

Según su directora, Constanza del Río, en la base de datos de la organización, se reportan 7 mil casos, de ellos 30% pertenecen a Ñuble.

De acuerdo a las investigaciones de “Nos Buscamos”, los casos locales presentaban las siguientes características. “Se los robaban de Ñuble, pero los trasladaban a Santiago o a Rancagua. La gran mayoría de las veces son las mismas tres características. A las madres les decían que los niños se habían muerto en el parto y las echaban del hospital rápidamente, tratándolas muy mal para que no preguntaran por qué no les entregaban ni el cuerpo ni ningún certificado. La segunda forma de robarse el niño era decirle a la mamá que el niño había nacido muy enfermo y que se tenían que quedar en el hospital, les inventaban que tenían problemas de cardiopatía, de ictericia, etcétera y que se tenían que quedar al hospital y cuando las madres volvían por los niños, ni siquiera las dejaban entrar al hospital. Y la tercera eran mujeres que eran coercionadas por asistentes sociales para que finalmente entregaran a los niños”.

Al igual que la organización aliada, Coneccting Roots, Constanza coincidió en la idea de que exista un plan de búsqueda de identidad impulsado desde el Estado, bajo el liderazgo del Ministerio de Justicia.

“Estamos pidiendo al Estado de Chile que se levante un plan de búsqueda de identidad para todos los adoptados en otros países, para los adoptados en Chile y para las familias que perdieron sus hijos bajo el tráfico de niños. Y estamos cerca de lograrlo, de hecho, estoy en Washington, porque vamos a tener una reunión muy importante. La cantidad de ciudadanos estadounidenses que salieron del Chile en forma ilegal son miles, por lo tanto, los Estados se tienen que hacer cargo. Esto no puede quedar en los hombres de organizaciones civiles, que sin recursos y con mucha imaginación, han podido hacer que estas familias se reencuentren. Son delitos de lesa humanidad, cometidos en dictadura por agentes del Estado”, sostuvo.

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