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El desafío de volver a las aulas en la madurez

Mauricio Ulloa

Ángela, Olivia y Prudencia sobrepasaron la barrera de los 70 años y las tres son compañeras de aulas. Si bien, entre ellas, hay diferencias en los niveles educacionales alcanzados a lo largo de sus vidas, ninguna concluyó sus estudios en su plenitud.

Un camino más largo en su aprendizaje deberá recorrer la ñublensina Ángela Arriagada. Ella nunca fue a la escuela. A sus 73 años no sabe escribir y solo lee un poco. En rigor, logra escribir las iniciales de su nombre y reproducir algunas palabras, aunque no con la fluidez esperada.

Cuando tenía cerca de 40 años, comenta, aprendió a pronunciar sus primeras palabras en una iglesia adventista. En ese proceso, sus hijos también la ayudaban a unir sílabas.

“No es que lea de corrido, tengo que ir muy despacio. En la iglesia a uno le dan la biblia y folletos, por eso uno va aprendiendo todos los días, leyendo una parte”, aclara.

Su niñez fue dura. Fue la mayor de 15 hermanos y desde pequeña tuvo que cuidarlos y ejercer las labores domésticas, mientras sus padres trabajaban en el campo en Chillán. Ya a los 14 años trabajó como asesora del hogar y recibió sus primeros ingresos, ya que el sueldo de sus padres no era suficiente para satisfacer las necesidades de grupo familiar.

“Yo vine a trabajar y a recibir mi plata cuando ya tenía 14 años. Ahí supe de dinero por el trabajo. También cuidé a mis hermanos, porque mi padre y mi madre trabajaban y salían en las mañanas temprano y llegaban en la noche. Yo tenía que saber cuidar a mis hermanos, darles de comer y todo lo que había que hacer en la casa”, recuerda.

Las largas distancias, la ausencia de transporte y la escasez de recursos económicos se imponían como barreras para que Ángela pudiera acceder a las aulas.

“Ahora es muy distinto a lo que ha sido años atrás. Antes no había un vehículo para trasladar a los niños. Donde vivíamos no era una hora de distancia, por lo menos una hora y media de caminar para llegar a una escuela. Salir en la mañana, tan temprano, para después volver a media tarde, era difícil la cosa. Igual a los padres se les hacía más difícil por su trabajo, salían temprano. Mi mamá era cocinera de los trabajadores, además, tenía que hacer las cosas a los patrones. Cuando recibían el pago a algunos hermanos le podía comprar algo y a otros no”, lamenta.

Pese a carecer de los conocimientos básicos, Ángela ha logrado empoderarse y alcanzar liderazgo entre sus pares. Es presidente del grupo de adultos mayores “Luis Durán”, en la población Irene Frei, con quienes comparte y enseña todo lo que ha aprendido a través de los años, como bordar y escribir.

Cuenta que su grupo es su principal motor para aprender a leer y escribir adecuadamente.

Pese a sufrir una artrosis, que la ha llevado a replantearse su continuidad en el cargo, sigue al frente, ya que sus compañeras confían en ella.

“Es para aprender, aunque sea a firmar. Hace siete años estoy a cargo de un grupo de adultos mayores y cuando voy a las reuniones, que se hacen una vez al mes, comprendo y sé lo que están dando a conocer, pero no sé escribir la información para poder explicar posteriormente a mis socias en las reuniones. Entonces eso me ha motivado, y como se dio la oportunidad quiero ver si puedo aprender algo”, sostiene.

Si bien no ha sentido vergüenza por su analfabetismo, sí admite que la ausencia de estudios le ha pasado la cuenta en algunas circunstancias de la vida, a la hora de sostener conversaciones más profundas o al abordar las necesidades educativas de sus tres hijos cuando asistían a la escuela.

“Eso sí se me hacía difícil, porque como no sabía leer ni escribir, no les podía enseñar las cosas que les pasaban, pero gracias a Dios ellos tenían buena comprensión y salieron adelante, porque terminaron octavo, y otros dos, por lo menos, pudieron estudiar un poco más. Eso me hacía sentir mal. (…) Con todo lo que me pude dar vuelta, cuesta más cuando no se ha estudiado para saber desenvolverse. Tener una conversación con otras personas, se hace más difícil. Uno tiene que ir pausando para poder ir tomando el ritmo a los demás”, detalla.

Ángela espera zanjar sus deudas pendientes con los estudios, en especial con Lenguaje, ya que, en lo que se refiere a Matemáticas, sabe sumar y restar.

“A estas alturas, no sé cuánto podré participar, pero trataré de hacer lo mejor. Siento que me va a servir, porque nunca es tarde para aprender, además, he aprendido tantas cosas después de vieja, ¿por qué no podré aprender algo más? Tal vez no pase de curso, pero me conformo por lo menos con aprender a escribir”, declara.

Líder sin completar la básica

Los escasos estudios básicos de Olivia Ravanal (80) no han sido impedimento para forjar una intensa carrera como dirigente en el sector El Quillay, de Chillán Viejo. Ha sido presidente de la junta de vecinos, del comité campesino y actualmente lidera el club del adulto mayor. Su vocación por el servicio social la moviliza a empujar el progreso de su sector.

Olivia es oriunda de Talagante y alcanzó a cursar hasta segundo básico. La pobreza y las largas distancias que debía recorrer para llegar a la escuela en El Monte, derivaron en su deserción del sistema escolar.

“Porque en esos años no teníamos cómo hacerlo. Mis padres eran pobres y uno ya después no quería seguir yendo porque me quedaba muy lejos el colegio. Teníamos que caminar cuatro kilómetros. Además, pasar un puente, que eran casi como cinco kilómetros diariamente de ida y vuelta. En la mañana teníamos que salir como a las siete para llegar a la hora al colegio. Donde vivíamos no había (locomoción), había pocos vehículos y teníamos que caminar todo eso no más”, explica.

Tras interrumpir su enseñanza básica, tuvo que ayudar a su madre en la parcela donde trabajaba junto a su padre. Allí debían preparar la comida para los trabajadores agrícolas. Ya desde los 14 años supo ser una dueña de casa.

“Mi mamá tenía ‘pensionistas’, por lo tanto, empecé a ayudarle a trabajar. Éramos pobres, vivíamos en un ranchito de chilca con barro y piso de tierra en la misma parcela. A los que trabajaban en la parcela se les hacía comida. Uno les daba el desayuno a las 7 de la mañana, después el almuerzo, once y cena”, precisa.

Con pesar admite su pasado escolar inconcluso y la falta de consciencia respecto a los derechos de los niños, que se imponía como obstáculo para alcanzar ese objetivo.

“En esos años no había esos derechos que hay ahora. Ahora al niño no se le puede mirar feo, porque la demanda. Antes uno decía una palabra, le daban, como se dice, el tapaboca y tenía que quedarse callado no más”, expone.

Para saldar esa deuda con su educación, decidió volver a las aulas y poner a prueba sus capacidades, por la necesidad de vivir nuevas experiencias y cerrar ciclos.

“Quiero hacerlo para tener una experiencia nueva. No sé cuánto tiempo me quedará más de vida, pero quiero tener esta experiencia, si es que puedo terminar o no mis estudios. No sé, ahí voy a ver si tengo capacidad o no. Es una prueba que voy a hacer en mis últimos años ya. No hay edad para aprender, porque si uno quiere aprender algo y tiene su capacidad, lo puede hacer. (…)”, asegura.

Si bien reconoce un poco de temor por las dificultades que se pueden presentar a la hora de aprender, destaca la oportunidad para estrechar lazos con sus pares y mantenerse activa.

“Las enseñanzas en la actualidad no son como las de antes. Creo que me va a costar un poco. Ahora como usan el computador, no sé manejar mucha tecnología, pero estoy contenta porque ahí voy a conocer más gente también. Muchas que van ya las conocía, pero vamos a tener más unión. Nos vamos a ver más seguido mientras duren las clases”, destaca.

“Nunca es tarde para estudiar”

La bulnense Prudencia Abarzúa (77) llegó hasta octavo básico. No así sus siete hermanos, quienes concluyeron sus estudios y son profesionales.

Los cursos de séptimo y octavo básico los completó cuando tenía un poco más de 20 años. Antes se fue a trabajar por dos años a Santiago junto a una prima en un taller de modas, conocimientos que les permitieron generar con el tiempo ingresos, trabajando en su hogar.

“Estuve estudiando en la noche, pero ya no pude seguir porque me empezó a doler una pierna. Entonces, no pude seguir porque era mucho el dolor, además del frío y la lluvia, por lo tanto, no pude terminar. Era lejos, había que llegar a pie”, dice.

Prudencia, quien vive en calle Tegualda, de Chillán, se casó en 1977 y tuvo dos hijos, quienes hoy son su motivo de orgullo. Su hija mayor es inspectora y el menor es ingeniero informático.

Admite que cuando eran escolares y requerían un apoyo extra, la falta de estudios le impidió orientarlos en su proceso educativo. Sin embargo, una hermana docente suplía sus carencias.

“Ella ayudaba a los chiquillos, porque era profesora de inglés. Les preguntaban las tareas de matemáticas, porque a veces no sabían algunas cosas. Gracias a ella fue fácil”, comenta.

En su círculo más íntimo, la diferencia educacional le ha dado motivos para progresar en su enseñanza. No solo para mantenerse plena, sino también activa en lo cognitivo.

“Porque encontraba que todos eran educados y como que a uno le faltaba algo, y como se ofreció esta oportunidad para aprender, la acepté. También para activar mi memoria, porque algunas cosas ya se me están olvidando, pero no mucho, aún. No me sentía tan mal, porque yo también sé hacer hartas cosas, pero sentía que me faltaba algo, entonces, por eso me inscribí. Yo sé coser y bordar. Trabajé en modas y costuras. Gracias a eso hice una libreta y tuve mi sueldo”, sostiene.

Programa

Ángela, Olivia y Prudencia podrán nivelar sus estudios a través de un programa dirigido a adultos mayores, que aborda no solo el ámbito educacional, sino también lo referido a salud y nutrición.

La iniciativa denominada “Educación a lo largo de la vida para personas mayores, nunca es tarde”, es desarrollada por la Universidad del Bío-Bío en alianza con la Municipalidad de Chillán Viejo.

De acuerdo al primer diagnóstico, cuatro son analfabetos, nueve están en nivel medio, (segundo a sexto básico) y nueve están en nivel más avanzado (séptimo básico a primero medio).

La iniciativa surge en el marco de la temática de pedagogía hospitalaria que ha desarrollado la casa de estudios.

“La pedagogía hospitalaria es importante en todas las etapas de la vida y es importante considerar la educación como el elemento que va a cambiar la vida de personas, no solamente desde que nacen, sino que en la última etapa también de la vida”, destaca la académica y coordinadora del proyecto, Ana Guajardo.

Durante dos años, los beneficiados asistirán los viernes entre las 14 y 17 horas a las dependencias de la Casa del Adulto Mayor de Chillán Viejo. A la fecha hay 26 inscritos de un total de 30 cupos.

El encargado del programa del Adulto Mayor de la Municipalidad de Chillán Viejo, Luis Gacitúa, explica que los asistentes son “principalmente mujeres, quienes decidieron estudiar para mejorar su autoestima o porque les ha pasado, a algunas personas, que las han engañado o estafado por no ser saber leer lo que firmaban”.

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