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Porfiado desfase

Cristian Cáceres

¿Sigue siendo el llamado Plan Maestro de Transportes, definido en 2012 y cuyas obras comenzarán a ejecutarse este año, la “gran solución” a buena parte de los problemas de conectividad de la ciudad?

La pregunta es razonable si se tiene en cuenta que la dinámica de crecimiento de la intercomuna, asociada a la inversión inmobiliaria y al crecimiento del parque automotor, ha ido mucho más rápido que la capacidad de implementar soluciones de conectividad y de gestión del transporte.

El desfase entre la planificación vial y las obras que finalmente se ejecutan ha sido una de las grandes falencias de la ciudad, y la razón de un desarrollo urbano poco amigable, donde paulatinamente se acrecienta el deterioro de la movilidad.

Al analizar esta problemática se advierte que las decisiones e implementación de políticas públicas y medidas concretas han sido demasiado vulnerables a factores políticos, al centralismo nacional e intrarregional y a incapacidades técnicas que finalmente han causado la pérdida de su debido cumplimiento en el tiempo y espacio, reduciendo su impacto y eficiencia en la solución de los problemas para los que fueron diseñadas.

De hecho, una revisión de los últimos 50 años de planificación urbana local nos revela un cúmulo de estudios que se fueron desactualizando y que cada nuevo gobernante archivó, lo mismo que la ausencia de una visión estratégica de largo plazo, incapaz de prever que la densificación inmobiliaria podía atropellar en ciertas zonas la trama vial de la ciudad.

Paralelamente, el crecimiento demográfico y del parque automotor, la “guetización” que se ha producido en el sector oriente, la escasez y encarecimiento del suelo, están marcando la pauta y dando forma a la ciudad que le espera a las generaciones futuras, lo cual tiene evidentes repercusiones negativas.

Si no se adoptan estrategias de largo plazo, con visión de futuro, es posible que esas generaciones queden condenadas a habitar no en una ciudad armoniosa sino en una urbe donde el común denominador será, no lo dudemos, el deterioro urbano y ambiental.

Y ese es el primer reto que debe asumir Chillán. Lo advierten los especialistas, lo mismo que sondeos y encuestas de opinión, donde los chillanejos y chillanejas, al referirse a los aspectos deficitarios de la ciudad, sitúan en los primeros lugares a los problemas de congestión de tránsito y déficit de infraestructura vial y peatonal.

La superación de estos problemas, en definitiva, representan el primer desafío que debe asumirse para comenzar a construir una ciudad que sea sostenible ambientalmente, tolerante socialmente y productiva económicamente. Una combinación para la que aún falta bastante.

Si se quiere ir por el camino correcto, a la luz de las nuevas tendencias, no sólo es necesario un alto grado de gestión pública, sino liderazgo e involucramiento ciudadano. Hoy, no todo puede recaer en los gobiernos municipales de Chillán y Chillán Viejo, pese al innegable protagonismo que tiene en la gestión del desarrollo urbano. Se requiere que la gente tome partido y ayude a definir el destino de esta conurbación, que en poco tiempo más llegará a los 250 mil habitantes.

La ciudadanía y las autoridades de ambas comunas son las llamadas a construir la ciudad. Quienes la habitamos, participando, y a quienes elegimos para guiarla, generando reales instancias de participación, con nuevos espacios para el encuentro no solo de los intereses comunes, sino también de los contrapuestos.

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