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La clase de vida que mi corazón anhela

La felicidad es proporcional al volumen de energía que se desplaza en pro de un gran deseo. Los deseos pequeños solo despiertan al autómata infeliz. La vida para que sea disfrutable, tiene que tener algo por qué luchar : la tristeza mayor es la ausencia de motivos y de causas. Pequeño placer es satisfacer deseos pequeños y fáciles. El tamaño del placer está en directa relación con el volumen de energía que desplazamos para lograrlo; es decir, es del tamaño del esfuerzo que hacemos por resolver el deseo. (Esfuerzo=Placer). Por tanto, conviene que me invente una gran hazaña, que ambicione mi propia “utopía”; porque los deseos pequeños despiertan al autómata, al yo típico y rutinario, al narrador de siempre. Los deseos grandes despiertan al Yo Creativo, al Yo Volitivo, al Yo re-interpretador que descubre sentidos ocultos y revela la vida como una aventura apasionante.

“Afirmar que son felices los que viven como quieren es un gran error, pues desear lo que no conviene es la mayor de las desgracias”, decía San Agustín. Los que viven como quieren, en ello son exitosos, pero no necesariamente felices. Para esto se requiere sabiduría y méritos, una práctica -para conocer primero y desear después- la clase de vida que nuestro corazón anhela, que nuestro Ser esencial suspira vivir.

Mientras no nos conozcamos lo suficiente, nadie sabe qué cosas nos harían de verdad felices. Mientras no derritamos la negra escoria del corazón y pulamos el diamante que esconde ese carbón involutivo de nuestro cerebro animal, tendremos ideas equivocadas respecto a la felicidad que nos corresponde. Ambicionar poca felicidad –al modo como cada buen animal ambiciona solo comida, techo y abrigo- escondería un inconsciente deseo de no crecer, de no ser molestado y así quedarse con un alma pequeña.

Porque un alma pequeña se satisface de deseos pequeños, mientras que un espíritu grande, no puede contentarse con lo que hace feliz a un alma pequeña.

Ser feliz con muy poco, descomplicándose la vida y con los simples placeres de una vida quitada de bulla, es perfectamente legítimo. Incluso lo es que alguien se declare feliz a pesar de sus muchos y obvios sufrimientos.

Pero a condición de haber elegido dicha vida y no por descarte, por desconocer totalmente otros modos de existencia. O bien porque la persona es incapaz de aspirar a más, a algo que nunca ha probado, y que de haber podido probar, de seguro hubiese optado por esa forma de felicidad. Aunque diga ser feliz, se precisa sospechar, pues sus patrones lo ciegan a solo ver ese horizonte. Por tanto, responde desde esos particulares patrones, faltándole el espacio de la conciencia que lo haría más libre para optar.

Es muy distinto decir “soy feliz porque conscientemente, luego de múltiples experiencias opuestas, me asumo elegir con toda lucidez tal sencillo nivel de vida feliz”, que decir “soy feliz porque me he terminado por aplacar, resignar y conformar con mi modesto modo de pensar para no sufrir más frustración”.

Por tanto se trata de no confundir “felicidad” (falsa) con conformismo resignado. Porque felicidad no es regreso a lo conocido porque esto me resulta más fácil o ante la frustración de no poder lograr otra cosa deseada. Tampoco es resignarse a decirse a sí mismo, “soy feliz, porque si soy honesto, no puedo aspirar a mas” o, “soy feliz porque he cumplido con todas las expectativas sociales; tener una familia normalita, vivir en lo propio, estar tranquilo, disponer de relativa buena salud, etc.”. Solo va a ser legítima dicha declaración de felicidad si se es capaz de decir “soy feliz porque en todas mis opciones elegidas, he tenido la conciencia muy despierta para vivir realmente como quiero vivir. Porque para esto quise conocerme a fondo y porque no hay día que no saque todo el potencial que duerme en mí”.

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