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Vecinos gigantes: las consecuencias de vivir entre edificios en el centro

Cristian Cáceres

Hasta hace un par de años, la casa de Margarita Cuevas era una de las más altas de la cuadra de Vegas de Saldías, entre las calles Carrera y 18  de Septiembre. Una construcción de estilo moderno de dos pisos que destacaba entre sus vecinos.

Y aunque los recuerdos de lo que fue un barrio residencial todavía se mantienen en la memoria de Google Maps, gracias a las fotos que conserva del 2015, con siete años de diferencia, el paseo virtual dista mucho de la realidad.

“Antes yo en vez de esa pared tenía una casa y árboles, había un palto y un níspero que eran mis vecinos, pero ahora tengo esta tremenda pared que me da mucho calor”, apunta Margarita en dirección hacia el muro marrón de aproximadamente cinco metros de altura.

La infraestructura forma parte del Edificio Centro Chillán, ubicado en 18 de Septiembre 230. Un proyecto de 19 pisos de altura, entregado el año pasado, y que también cuenta con tres pisos de locales comerciales con entrada por Vegas de Saldías, al lado izquierdo de la casa color crema de Margarita.

Sin embargo, este no es el único cambio en la cuadra.

Las dos casas que daban a la esquina de calle Carrera se convirtieron en el edificio Tareq, de cinco pisos de altura, vecino por el lado derecho de la familia Cuevas.

“Nos sentimos apretadísimos. Ahora se forma un callejón de corriente de aire, una ventolera que antes no existía y es porque los edificios lo van creando o esa tremenda pared. En el invierno tengo muy poco sol ahí, porque hasta el chiquitito que está al lado me quita el sol del patio”, señala Margarita.

A estos problemas estructurales, agrega la cantidad de basura que se junta en la esquina del gran edificio y la pérdida de la identidad del barrio.

“Nos sentimos bastante aislados y para la pandemia fue peor porque ahí estaban construyendo y se habían ido la mayoría de los vecinos. Entonces quedamos muy solos, ya no hay vida de comunidad. La vida de los edificios es aparte, no vemos a las personas, solo los autos porque por acá está la entrada al subterráneo”, manifiesta. Actualmente, en la cuadra viven tres familias.

A la vuelta de la esquina

En calle Gamero 536 A está ubicado el taller de confecciones Roxana. Una propiedad angosta de un piso que contrasta con el edificio de 15 niveles a sus espaldas.

La Torre Mayor, ubicada en calle 18 de Septiembre 235, fue inaugurada el 2008 y para la época era considerada una de las obras más altas de Chillán. Sin embargo, para Roxana Suazo y su familia significó la pérdida de su privacidad.

Llegó a vivir ahí en los noventa cuando su hijo mayor tenía cinco meses de edad y la propiedad pertenecía a la familia de su esposo.

“Era un barrio bonito y más tranquilo. Ahora ha cambiado mucho. Antes el barrio era residencial, la gente se sentaba afuera a tomar el fresco en las tardes y ahora ya no, hay mucho movimiento, mucho vehículo y está más peligroso igual”, expresa.

Cuando comenzó la construcción de la Torre Mayor tuvieron que soportar el ruido, el polvo y todo lo que conlleva la realización de una obra a menos de cien metros de distancia de su hogar, pero cuando los trabajos terminaron se dieron cuenta que todavía tenían consecuencias que sortear.

“Realmente nos impresionó porque la altura nos afectó la privacidad y fue complicado porque después vivíamos casi encerrados. Muchas veces tiraban cosas desde arriba, no sé si serían los niños que llegaron a vivir ahí. También teníamos una piscina, nos bañábamos y entreteníamos cuando eran chicos mis hijos, pero después ya no se pudo más porque se perdió la privacidad, ya ni salíamos al patio”, comenta.

Tras la muerte de su esposo, hace siete años, decidió dejar la propiedad y mantener solo el taller de costura en el frente de la casa. Sin embargo, cuando recorre la construcción y abre la puerta del patio no se necesita de muchas explicaciones para entender lo que vivió mientras estuvo ahí.

Lo primero que se ve son los balcones claros de aquel gigante. El que pareciera que está encima de la casa, que tapa el cielo y que permite un ángulo perfecto para que quienes estén en las alturas vean todo lo que pasa a ras de suelo. Tanto en el patio de Roxana como en las propiedades colindantes.

“Cuando lo construyeron querían hacer una salida hacia Gamero para los vehículos, como tipo estacionamiento, pero en ese tiempo ofrecían tan poco que nadie de la cuadra quiso vender. Insistieron bastante en estos alrededores, pero no llegaron a acuerdos de dinero porque era muy bajo”, cuenta.

En la actualidad, la altura del edificio ya no afecta a Roxana porque, aunque mantiene por vocación su taller en la misma ubicación, solo ocupa la parte del frente de la casa.

Nuevos proyectos

Dentro de las cuatro avenidas del centro de Chillán hay ocho proyectos de edificios prontos a entregar. La mayoría tiene como plazo de entrega el segundo semestre del 2023 y entre las propuestas hay obras que van desde los 21 pisos de altura, el más alto de la ciudad, hasta ocho niveles.

Entre estos proyectos se encuentra el Edificio Arrau, ubicado en calle Independencia 150, que contempla la construcción de diez pisos y que considera diversos tipos de departamentos, desde uno a tres dormitorios, con superficies que van desde los 20 a 40 metros cuadrados.

Frente a esta construcción está ubicada la casa de Cecilia Morales, una construcción que hasta hace poco mantenía su techo original de tejas.

“Desde la plumilla empezó a caer material, piedras o algo así. Primero se quebraron un par y de a poco fueron aumentado. Tratamos de reponerlas, pero ya no hay empresas que hagan tejas, ahora tenemos zinc y conservamos solo una parte del techo antiguo”, señala.

Para ella y su hermana las obras han traído distintas consecuencias. A la pérdida de las tejas se suman cinco vidrios quebrados.

“Siempre hay piedras en la calle y cuando pasan los vehículos estas saltan. Así ya nos han trizado cinco ventanas, pero no hay nadie que responda a estas cosas” dice mientras muestra los vidrios trizados de su comedor.

Al ser la casa familiar de sus padres, Cecilia recuerda cómo era el barrio, en el que ahora solo quedan alrededor de seis familias. Los describe como un sector tranquilo, de comunidad entre los vecinos y bonito.

“Aquí tratábamos de cuidar los árboles y la gente plantaba flores al frente de sus casas. Ahora el polvo ha quemado todo el pasto, tanto el que había en la vereda como el de nosotras, y han roto tanto el pavimento que no sé cómo ha sobrevivido ese pobre árbol”, señala hacia la calle.

Su relato es constantemente interrumpido por el ruido que hay afuera, el que comienza en las mañanas y culmina cerca de las siete de la tarde. Un factor que detalla ha afectado a su calidad de vida: “esto que estamos escuchando se repite todo el día. Nosotras ya no salimos al antejardín, no estamos afuera. Menos mal los dormitorios están hacia atrás porque si no sería mucho peor”.

Aunque a Cecilia le ha tocado vivir las consecuencias de la construcción, a la familia de Patricia Rodríguez se le han sumado otro problema: la privacidad.

Por más de cuarenta años ha vivido en calle Gamero 931, por el costado de la cuadra donde se emplazará el Edificio Arrau, una obra que ha invadido su patio.

El techo que forma el parrón que adorna la parte de atrás de su casa es interrumpido drásticamente cuando aparece la construcción.

“Nosotros pensábamos que iban a construir un edifico bonito y que a lo mejor iba a mejorar el panorama, pero es una mole, es inmenso. Se pierde todo lo bonito, está bien que lo hubiesen construido, pero no tan alto”, puntualiza Patricia.

Con su marido instalaron una piscina como una forma de combatir las altas temperaturas del verano, pero cada vez dudan más si podrán usarla.

“El edificio tiene toda la vista para nuestro patio. Tenemos una piscina y si queremos tomar sol ya no vamos a poder. Nos sentimos totalmente invadidos. El barrio era tranquilo, totalmente cómodo para nosotros, pero ahora me da cosa que me estén mirando o a mis hijas. Ya no se puede hacer nada”, lamenta.

Para evitar sentirse observados han pensado en instalar un árbol que los proteja de la vista de los maestros y de los futuros residentes, “pero en que crezca el árbol yo creo que voy a estar bajo tierra”, finaliza.

Convivencia con la modernidad

Para las entrevistadas la aparición de nuevas edificaciones en altura en Chillán, no es una sorpresa. Consideran que muchas veces son las consecuencias de la modernidad y del progreso, pero esperaban que estos cambios no fueran tan radicales.

Patricia Rodríguez recuerda que antes de que comenzara la construcción “pensaba que iba a ser mucho más bajo, a una altura más considerada como la mitad, por último”.

Un punto en el que también coincide Margarita Cuevas: “entiendo que Chillán tiene que subir, porque ha crecido mucho para los alrededores, pero hay formas y formas. Creo que ese tremendo monstruo podría haber sido un poquito más bajo (el muro) y el mismo edificio también”.

Al igual que a Patricia, la pérdida de la privacidad ha sido un factor con el que ha tenido que lidiar en el último año. “Ya no dejo las cortinas del segundo piso abiertas porque los maestros de Libertad con 18 dan todos hacia mi ventana. Los balconces de acá hacia mi pieza y así uno pierde su privacidad”, comenta.

Aparte de las alturas la residente de Vegas de Saldías indica que, si van a seguir las construcciones en altura, las empresas deberían tener un compromiso con el entorno.

“Que entreguen un poco más de cariño a los entornos con veredas, luminarias, jardines, porque eso hace que uno siga queriendo el centro, si no nos va a pasar lo mismo de Santiago. En el centro siempre van a estar los edificios públicos y el comercio, pero también la gente que vive ahí y esa es la que no tiene que arrancarse”, expresa.

Agrega que “la mayoría de los edificios que están haciendo están apretadísimos con las casas que están a los lados, cero distancia con la vereda y cero entorno agradable. No puede ser que sea solo ganar plata con los edificios”.

A pesar de que el muro no le ha gustado, las ramas de la buganvilia que adorna su patio han decidido treparse por la construcción: “cuando hicieron esta pared me la cortaron por la mitad, pero volvió a vivir y se está encaramando en el muro, dándole un poquito más de vida, lo que me alegra”.

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