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Sínodo: No a una Iglesia de museo

Que la Iglesia vive un tiempo de crisis, los mismos católicos lo reconocemos y lo decimos. Es la crisis ocasionada por los abusos sexuales y de poder, pero también aquella ocasionada por el enorme cambio cultural que vivimos hace décadas, donde lo religioso tiene un lugar muy distinto en la sociedad del que antes tenía. A esto se suma la crisis que viven las instituciones en general.

Lo que muchos no conocen, es que la Iglesia viene buscando caminos de conversión desde hace tiempo, como respuesta indispensable a la crisis que le aqueja. Frente a los abusos, ha implementado iniciativas de formación y estructuras de prevención para ir instaurando una cultura del cuidado y el buen trato. Y frente a sus deficiencias y desafíos más globales, ha iniciado procesos de diálogo y discernimiento, involucrando a sus miembros lo más ampliamente posible. Así se viene haciendo en la Iglesia chilena desde fines de 2018, aunque la pandemia ralentizó este proceso.

El 10 de octubre pasado, el Papa ha dado un nuevo impulso a estos procesos de renovación, dando inicio a un proceso sinodal que concluirá con un Sínodo de Obispos en 2023. Lo que ahora comienza, es una fase de consultas y de escucha en todas las Diócesis del mundo, para que los fieles aporten su mirada acerca de cómo realizan y viven concretamente la comunión y la participación. Porque el tema del Sínodo es la “sinodalidad”, es decir, el hecho de que en la iglesia “caminamos juntos”, como un único Pueblo de Dios formado por todos los bautizados, llamado a vivir la comunión, a realizar la participación y a abrirse a la misión.

Los católicos no estamos acostumbrados a una participación activa. Muchos se vinculan a la Iglesia esporádicamente, más como “clientes” que como miembros. Los laicos no han sacado mayoritariamente, como dice el Papa, “carné de adulto” en la fe, y los sacerdotes muchas veces no promueven y hasta obstaculizan, por sus maneras de funcionar, la implicación y el compromiso de los demás. Por eso es urgente abordar precisamente la sinodalidad, porque la iglesia, o es auténticamente comunidad o no tendrá futuro. No importa si es una comunidad más pequeña, con menos poder, pero lo importante es que sea una comunidad viva. Como señala el documento preparatorio del Sínodo: “La capacidad de imaginar un futuro diverso para la Iglesia y para las instituciones a la altura de la misión recibida depende en gran parte de la decisión de comenzar a poner en práctica procesos de escucha, de diálogo y de discernimiento comunitario, en los que todos y cada uno puedan participar y contribuir” (N° 9).

Aunque es un empeño de toda la iglesia, debemos dejar sobre todo que nos anime e inspire el Espíritu Santo. Por eso Francisco ha orado en el inicio del proceso sinodal: “Ven, Espíritu Santo. Tú que suscitas lenguas nuevas y pones en los labios palabras de vida, líbranos de convertirnos en una Iglesia de museo, hermosa pero muda, con mucho pasado y poco futuro. Ven en medio nuestro, para que en la experiencia sinodal no nos dejemos abrumar por el desencanto, no diluyamos la profecía, no terminemos por reducirlo todo a discusiones estériles. Ven, Espíritu Santo de amor, dispón nuestros corazones a la escucha. Ven, Espíritu de santidad, renueva al santo Pueblo fiel de Dios. Ven, Espíritu creador, renueva la faz de la tierra. Amén”.

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