En materia de valor económico y social, Ñuble enfrenta una paradoja. Siendo una región eminentemente rural, que alcanza al 62% de la población y el 92% del territorio regional, presenta dos caras muy distintas. Para el mundo desarrollado, representa un activo muy valioso capaz de producir alimentos para las futuras generaciones. Para la realidad de la actividad económico local, es una fuente de precariedad laboral y de pobreza. Para resolver esta aparente contradicción, empecemos por mirar las cifras del VIII Censo Agropecuario y Forestal, año agrícola 2020 – 2021, del INE.
La actividad económica silvoagropecuaria en Ñuble se desarrolla en una superficie de 810 mil hectáreas (ha) donde operan un numero de 12 mil unidades productivas (UPA), equivalente a una distribución promedio de la propiedad de 66 ha/UPA. El 50% de la superficie se utiliza en plantaciones forestales y bosque nativo, con un nivel de distribución promedio de 116 ha/UPA. La producción de cereales afecta al 10% de la superficie, con una distribución de 16 ha/UPA. Los cultivos industriales afectan al 1,1% de la superficie, con una distribución de 40 ha/UPA. Los frutales abarcan el 2,3% de la superficie y una distribución de 2 ha/UPA. Las hortalizas, leguminosas y vides ocupan el 0,6% de la superficie y se distribuyen en 2 ha/UPA, respectivamente.
Los datos muestran que la actividad de la industria forestal es la principal actividad económica del territorio rural de Ñuble. En efecto, las cifras indican que las actividades de cosecha, madera procesada, producción de celulosa, y los servicios asociados, aportan del orden del 10% al PIB regional. Los incendios forestales y el bajo incentivo en la reforestación han tenido un efecto devastador en el empleo y en la actividad de la pequeña y mediana industria de la madera. En materia de inversión, no se visualizan proyectos de envergadura en el sector que puedan inducir cambios significativos en la actividad económica a nivel regional.
La segunda actividad económica, está en el ámbito agrícola, sector caracterizado por una alta atomización (se desaprovechan economías de escala), bajo nivel de industrialización (se desaprovechan economías de ámbito), bajo nivel de internacionalización (bajo atractivo para atraer inversiones) y ausencia de una política rural (Fuente: OCDE, 2017) que permita coordinar recursos y esfuerzos público privado para su desarrollo (bajo ingreso y alta pobreza).
Es decir, la paradoja no es tal. La verdadera cara de Ñuble es aquella que ve el mundo desarrollado que intuye la importancia de la capacidad del campo chileno para producir alimentos en calidad y cantidad que el desarrollo de la humanidad requiera. La segunda cara, es artificial y autogenerada por la errónea definición oficial de ruralidad, lo que implica subestimar el aporte que dicho sector de la economía realiza a la actividad económica del país. Cuando más del 60% de la población vive dependiendo de un sector económico primario, respecto del cual no existen políticas y tiene que enfrentar una economía abierta de commodities, como ocurre con Ñuble, hay pocas chances de generar oportunidades para crecer y desarrollarse. Frente a esto, hay voces que buscan la diversificación productiva como vía de solución (reconvertir la matriz productiva regional), sin entender la costosa y perniciosa consecuencia de la tarea de intentar desarraigar a la gente de su tierra. Olvidan que, antes de pensar en los canastos, se necesitan huevos.