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Los libros de los antepasados eran los árboles

La reciente semana celebramos el Día de la Tierra (22) y el Día Internacional del Libro (23). Y en homenaje a ambas fechas, quiero compartirles un texto de mi trabajo etnográfico en la Araucanía, una joya testimonial, un relato conocido como chillkatriwe («signos o letras en el laurel»). Fue recogido, transcrito y traducido por este autor de labios del anciano longko Carlos Carinao Caitrú, en la zona de Reigolil (Curarrehue) en octubre de 1990 :

“Los libros de los viejos eran los árboles. Allí ellos aprendían a leer lo que iba a pasar. Los hombres de antes, después de bañarse en el estero con la luz del wünyelfe («el lucero de la mañana», Venus), salían a «aguaitar las cascaritas» (observar las cortezas). Cuando el árbol traía de la noche unas rajaduras largas, de arriba abajo, eso era küme chillka, «buena señal». Indicaban que los que nos manejan a nosotros, estaban de acuerdo con lo que el hombre iba a hacer (planeaba) ese día. Y cuando veían que el tronco amanecía con unos cortes chicos atravesados, con unos tajitos, eso era weda chillka, «mala señal». Entonces, al ver esto, no salían ni de su casa, porque si le contravenían al árbol, lo iban a pasar muy mal. Es que a los árboles «Los de Arriba» los usan como pasadizo para bajar y traernos noticias de lo que no se ve. Antes había gente especial que conocía esos secretos, por eso es que nosotros, los pocos mapuche viejos que vamos quedando, nunca antes necesitamos libros ni de escritura, porque todas las letras ya estaban hechas desde el principio de los mundos.”.

El presente texto, por su belleza simple e inigualable profundidad merecería, per se, el título de «Manifiesto indígena para la preservación perenne del bosque nativo». Es un buen motivo para abrazar la causa de la defensa de los grandes árboles ancestrales. Porque en estas palabras está contenido acaso el último legado importante, la última revelación del ecosistema austral en torno a la trascendencia que esconde el bosque nativo para el che, la «persona» de la tierra; es decir, todos nosotros.

Se trata de una noción ya perdida en la tradición cultural de Occidente: la del árbol como oráculo, como vehículo de la revelación de los poderes superiores del cosmos. El árbol ancestral, generalmente inmensos vegetales milenarios que se yerguen decenas de metros hacia el cielo conectándolo con el plano terrenal, tal como las araucarias, alerces y otras coníferas, se les consideraba «antenas de lo de arriba», capaces de registrar las mínimas vibraciones del mapa de la energía que circula entre los dioses y los hombres. Esta viejísima tradición del Chile mapuche, entronca en verdad con la tradición gótico-nórdica-latina que le asignó al árbol funciones semejantes.

No olvidemos que la propia palabra germana para «letra», Buchstabe, procede del nombre del árbol conocido como die Buche, una haya, de donde a su vez deriva la voz das Buch, el libro (raíz de donde deriva the book, en inglés). Porque es precisamente un árbol Buche, el «altar» desde donde el héroe Wotan o dios Odín, luego de nueve días crucificado voluntariamente, atado y moribundo a su tronco, se ilumina y resucita el conocimiento oculto en la Naturaleza, descubriendo e interpretando para los hombres las runas; es decir, las letras, signos del poder de comprensión de todas las cosas. Odín descubre y revela algo que estaba disponible, según el longko Carinao, para los ancianos mapuche en las cortezas de los alerzales chilenos: «Todas las letras ya estaban hechas desde el principio de los mundos».

Finalmente, en la etimología de la misma palabra «árbol», su raíz latina “arbor”, está compuesta de ara, “altar”; y boreus, «boreal, de la tierra de los dioses hiperbóreos». Es decir, árbol sería literalmente «altar de los dioses hiperbóreos», «sitio sagrado de manifestación o conexión con la divinidad». Tenemos entonces —en regiones y épocas del mundo distintas— el mismo universo de significaciones en torno al alto prestigio de los llamados «bosques catedrales», como los del centro-sur de Chile.

En síntesis, si todo bosque nativo es una Biblioteca mayor, quemarlo o talarlo resulta un crimen infinito.

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