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Caminar en un país cautivo y dependiente

“Vamos a andar, matando el egoísmo para que por lo mismo reviva la amistad”, decía una conocida y ya vieja canción. Caminar es un llamado a no olvidar lo que significa ser realmente humano. A no olvidar el cuerpo, ese viejo sabio, que necesita ser mantenido en rodaje al ritmo de la danza del cosmos. En estos días, todos hemos extrañado esas caminatas y el asombro de divisar en la vereda de enfrente a un amigo y de que todavía el viejo Bartolo vende churros con manjar.

Las veces que recibí la noticia “No le renovaremos su contrato”, o cuando dos veces me separé y tuve que dejar de ver diariamente a mis hijos, caminar bajo calles arboladas me sanó. Esas caminatas al centro de la ciudad a tomarme un café y allí leer un diario subrayando textos, me sanaron en circunstancias de mucho dolor, rabia, y frustración, Pero hoy, una ansiosa madre sin poder salir a sus pequeñas pero vitales compras callejeras ¿cómo recicla las emociones tóxicas del encierro, la frustración y el dolor de ver a sus hijos llenos de hormonas dentro del corralito, obsesionados con el celular? Caminar me hizo volver a mí, a reconocerme como agudo observador y no como víctima de las circunstancias. Media hora transitando hacia mi trabajo me ayudó a volver a mi centro. “Paradójico -como dice Sergio Fritz – esto de salir y moverse para llegar a una centralidad, pero es uno de esos milagros que implica el existir”.

Anhelo retornar a salir sin tener que recurrir al papá Estado y sus “salvoconductos”. Anhelo esa libertad de movimiento que hoy más que nunca se ve amenazada por controles y controles. El control estaría muy bien y hasta sería de aplaudir si viéramos racionalidad y congruencia en las medidas de cuarentena, tan contradictorias, tan erráticas y sin ningún liderazgo. Con los infinitos permisos virtuales, motivados por las legítimas necesidades, nos han propiciado ser más hipócritas, más mentirosos y menos honestos.

Hoy el caminar es un acto al margen de la ley (¿¿¿???) siendo esencial para conservar y preservar la salud. Aparte de más obesos, nadie sabe y cada vez menos somos capaces de darnos cuenta de ello. Porque aumentando el colesterol en la sangre y con menor oxigenación en el cerebro, todos pensamos menos que antes. Nuestro pueblo está paralizado en el miedo porque históricamente ha sido adoctrinado en la cultura del rigor y del sometimiento, del maltrato y de la manipulación. Por eso se deja usar y abusar por la oligarquía reinante; por eso prefiere seguir siendo un esclavo, un consumidor obediente de los grandes supermercados y un conejillo de indias con vacunas de varia y dudosa procedencia. En vez de tanto miedo por la falta de camas críticas, por qué no una intensa campaña optimista para elevar el sistema inmunológico, campaña de ejercicios, facilitar invernaderos caseros y clases con pupitres al aire libre? ¿Sabrá el Ministerio de Salud que lo que más hace bajar las defensas es el miedo? ¿Por qué no se concentra a fondo en hacernos menos dependientes de los hospitales y mejor reabrir un Centro nacional de investigación y desarrollo de vacunas confiables? Lo increíble es que hasta el 2002 ¡existía uno en la U. de Chile!, cerrado por los genios de la economía neoliberal. Hasta el rector Vivaldi recordó hace días: “No podemos depender de nadie para algo tan importante como producir vacunas para nuestra población”. Hoy ese centro nos salvaría de la dependencia china y de la usura perversa de los laboratorios.

Para que Chile pueda sanarse de sus abusos, sus heridas y sus traumas históricos que lo tienen estancado en un marasmo político, deberá comprometerse seriamente con la sanación de su cuerpo social. Un nuevo liderazgo político que sin miedo y con moral lo lleve a un proceso de autoconocimiento. Todos debatiendo para conocer la historia verdadera y reconocer la “versión no autorizadas” de su supuesta independencia fundacional.

Chile con el Síndrome de Estocolmo: prefiere seguir cautivo porque su abusador lo convenció de que “es por su bien”, que así estar más seguro y que es muy peligroso ser y caminar libre. Es el reinado de la inmovilización, las mascarillas, del terror universal “a la chilena”.

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