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Jugando al empate

Hay algunas cosas que tanto políticos como ciudadanos podríamos hacer para vivir con cierta armonía y relativa tranquilidad. Una de ellas es no creer que nuestro pensamiento es el mejor, y mucho menos el único que puede existir.

Claro, hay diferentes posiciones sobre qué es el desarrollo y cómo se logra. También las hay de cómo mejoramos nuestra educación, la salud y pensiones, o de la nueva institucionalidad que Chile necesita. Esos son los debates relevantes que deben realizarse desde las ideas y no desde las simples opiniones o eslóganes populistas. Pero eso es lo que nos está pasando.

A la generación que vivió en dictadura, y recuperó la democracia le resulta agobiante y abrumador tratar de explicar qué pasó hace medio siglo y cómo transitamos de la dictadura de Pinochet a una democracia tutelada por la Constitución del 80, porque se mezclan la pérdida de la memoria, las culpas y la injusta comparación con la realidad de hoy, muy diferente, en muchos aspectos. Los jóvenes, en tanto, preguntan, cuestionan y con la ignorancia de lo que no han vivido y la perspectiva acotada por lo que les toca vivir, también suelen mezclar las cosas y abominar del pasado reciente y la política de los acuerdos que lo caracterizó.

Todo esto que nos está ocurriendo termina en las continuas descalificaciones personales y la famosa teoría del empate. Una práctica que nos lleva al peligroso juego de los buenos versus los malos. Cuando se llega ahí, se acabó la discusión relevante. Lo que para unos es blanco para otros es negro, y así, con esa valoración obtusa y delimitada por el nivel de cultura e información que hayamos llegado a poseer, pronuncian sentencias, afirman verdades sagradas y suelen descalificar impiadosamente al que tiene otro punto de vista.

Nadie es dueño total de la verdad. Hay muchas pequeñas verdades que cada uno carga en su mochila y deberíamos respetar las razones que las originaron. Comprender el dolor, la frustración, la ansiedad y las circunstancias que marcaron a aquellos que están en otras veredas podemos empezar a desentrañar las cosas que luego se vuelven incomprensibles si las dejamos pasar definiéndolas superficialmente con el desprecio por lo que es distinto a nosotros.

Es lógico, comprensible y necesario que cada uno sostenga sus ideas y principios, pero también es interesante oír otras opiniones para coincidir, rechazar o intentar -por un momento- ponerse en la vereda opuesta. No quiere decir que vayamos a cambiar nuestras convicciones, pero podemos quizás repensar algunas cosas que pueden ser posibles de nuevos y enriquecedores puntos de vista.

En este especial momento de nuestra historia, debemos exigir a nuestros representantes real capacidad de diálogo y menos superficialidad para interpretar las opiniones ajenas; solo así aquellos a los que les hemos dado poder de representación no se perderán en el laberinto que –aunque suene contradictorio- significa transitar siempre por la misma vereda.

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