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Deuda en educación sexual

A mediados del próximo año se conocerán los resultados de la Encuesta Nacional de Salud, Sexualidad y Género (ENSSEX), que actualmente se encuentra en pleno desarrollo, a través de un trabajo de campo que considera a 20.000 personas en todo el país. En Ñuble se realizarán alrededor de 400 entrevistas (anónimas y confidenciales), donde se abordan temáticas de bienestar y salud, orientaciones normativas, educación sexual, trayectorias y prácticas sexuales, orientación sexual, salud sexual y reproductiva, uso de anticonceptivos, y embarazos, entre otras.

Se trata del primer estudio de este tipo que se realiza en más de 20 años. Su antecesora fue la “Encuesta Nacional de Comportamiento Sexual; Chile 1998”, realizada por Conasida y enfocada principalmente en conocer los factores de riesgo de la población ante la transmisión del VIH.

Su cuestionario fue implementado en 6 mil entrevistados y dieron las bases para determinar las políticas de salud en las décadas siguientes, pese a que sus resultados hoy parecieran distantes años luz de la realidad chilena.

Era otra época. Sin duda. Pero lo que porfiadamente no ha cambiado es la carencia de un plan nacional de educación sexual y reproductiva completa, respetuosa y sin prejuicios.

Este tema, de vital relevancia, ocupó un lugar secundario en la agenda de sucesivos gobiernos, cuyos esfuerzos fueron débiles y siempre teñidos bajo el manto de una moralidad dañina que va en contra de la salud mental y física. El mejor ejemplo es que todos los programas de las últimas dos décadas han fracasado, y no solo en temas como la anticoncepción, sino que también en la afectividad y la sexualidad integral. De hecho,

Chile fue el último país en Latinoamérica en incorporar la obligatoriedad de la educación sexual en la enseñanza media, bajo la Ley 20.418 promulgada el 2010. Sin embargo, en la práctica esa normativa no ha sido efectiva, pues su reglamento dejó su aplicación prácticamente a discreción de los establecimientos educacionales.

Además, en las últimas dos décadas fuimos el país que menos avanzó en prevención con educación sexual, en comparación con las otras 26 naciones que también se someten al estudio de la Federación Internacional de Planificación Familiar (IPPF), organismo que reiteró su advertencia sobre el daño que ello implica, al impedir un abordaje de problemas reales, como las altas cifras de embarazo adolescente y enfermedades de transmisión sexual que registran los jóvenes chilenos.

Chile necesita y merece un programa real de educación sexual, único y nacional; donde el foco esté en educar primero a los profesores y producir orientaciones sólidas sobre sexualidad y no solo los videos y folletos que hemos visto los últimos años.

En la medida en que los jóvenes aprendan a vivir con su cuerpo de manera armónica, también aprenderán a cuidarlo y protegerlo. Y si esta convivencia se permite desde pequeños, daremos a nuestros hijos e hijas las mejores herramientas para prevenir todos aquellos hechos que los impliquen.

Una buena salud sexual no se basa en la omisión o prohibición. Se basa, justamente, en conocer las potencialidades y límites. Estos límites son los únicos que podrán protegerlos de que sean invadidos por otros.

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