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Historias de chillanejas que se merecen el cielo para sembrarlo entero

Era el turno de la concejal Brígida Hormazábal para presentar sus incidentes en la pasada reunión de concejo. Y lo que hizo  fue contar que una vecina, Elizabeth Soto, profesora jubilada, en vez de pedir recursos, asistencias o exponer calamidades (menú habitual en el concejo), sólo pedía permiso para que la dejaran hacer un jardín hasta la esquina de su calle, con recursos propios.

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El concejo en pleno quedó, al menos por unos segundos, perplejo. Después, elogiaron la iniciativa.

Y se puede quedar más perplejos aún, cuando preguntando por aquí y por allá por más casos de héroes similares –anónimos todos- aparecen por toda la comuna. Imposible saber si gente así queda todavía por miles, por cientos, o son sólo un puñado.

Al menos, LA DISCUSIÓN, recogió tres de estas historias.

El mejor 18 de todos

Los vecinos de la Villa Padre Hurtado, en el sector Parque Lantaño tienen un hecho trágico que contar. Una noche, un sicópata salió de improviso de un sitio que era un peladero y atacó a una mujer para tratar de ultrajarla. La acción vecinal evitó la catástrofe.

Cómplices del hecho eran la oscuridad, la maleza, la basura arrojada por ese espacio de unos 30 por 30 metros cuadrados, malditos por el abandono. Y lógico, de la inquietud se pasó al miedo.

Armada sólo con una voluntad de oro mayor a cualquier súper poder del Universo Marvel, la señora Iris Salazar se obsesionó con hacer lo que parecía imposible y transformar ese mugrerío infame, en un lugar que fuese motivo de orgullo de todos en el barrio.

Obviamente, el predecible “¿Para qué te vas a meter en cuestiones?” lo escuchó más de una vez en su casa, pero con la idea haciendo de enredadera en su cabeza, logró convencer a algunos integrantes de otras cinco familias del sector para erradicar al enemigo.

“Cuando empezamos, pedimos ayuda al municipio, sin ser nosotros dirigentes vecinales del sector. Entonces mandaron una cuadrilla del Fondeve, que en ese tiempo estaba a cargo de don Santiago San Martín, quien vino a enseñarnos cómo colocar estos adoquines”, comentó.

Pero toda la mano de obra fue de ellos. Fueron tres meses para despejar, limpiar y organizar el lugar, mientras el resto del vecindario –al menos al comienzo- sólo miraba.

“Me acuerdo que de tanto estar agachada tuve un problema con una prótesis de la cadera y me tuvieron que operar y estuve siete días hospitalizada, pensando todo el día en la plaza. Pero cuando volví a la casa, pedí altiro que me llevaran a verla. Había quedado hermosa. Me puse a llorar”.

Pero no se puede pasar por alto, que la inauguración fue para un 18 de Septiembre, así que hubo asados, música, bailes y hasta instalaron un asta que aún sigue en la plaza, para embanderarla y ver cómo el sol salía por la cordillera coqueteándole a la aún dormida Estrella Solitaria y se marchaba por el poniente, dejando a la Tricolor collereando con el viento, celosa de los volantines.

Llegarían luego, a la plaza, máquinas de ejercicios, juegos infantiles, bancas, alumbrado público, niños con sus padres, jóvenes de la mano y abuelitos a repartir sus memorias en la brisa.

“Casi todas las flores que pusimos al principio, se las sacábamos a la mala a los mismos vecinos, para que todos cooperaran (confiesa con risa de malula)….pero en castigo, después esas mismas flores se las robaron otras personas. Al final, nos conseguimos arbolitos por las buenas y ahí están”.

Iris, en representación de todo el equipo, dice que hoy le da orgullo llegar a la villa y verla tan linda gracias a esta plaza que alguna vez fue un lugar feo. “Porque para eso hicimos todo este trabajo, para sacar algo malo de nuestro barrio y traerle belleza a nuestras vidas. Aquí mismo, donde una vez hubo un intento de violación, capaz que algún día algún joven le pida matrimonio a su polola, me encantaría eso”.

Que se roben algo de salud

Elizabeth Soto, profesora de música se jubiló en 2012 (como si fuera ayer) y había enviudado años antes (como si fuera antes de ayer). Por años ha trabajado en el cultivo de sus plantas dentro de su hogar, y luego, las planta en un verde jardín fuera de su casa, el que como libro en casa de traficante, parece una maravilla rodeada de basura, autos estacionados donde sea y cemento sin barrer.

Como si fuera poco, le viven robando sus plantas. Por eso cuesta entender esa sonrisa suya y esos ojos que se estiran felices hasta que pareciera que queda ciega. “Estas plantas las he ido poniendo una por una”, cuenta con el entusiasmo de una madre joven hablando de su primer hijito.

Ha plantado, replantando e incluso tuvo un árbol muy hermoso, un acacio que lamentablemente ya estaba todo roto y lo tuvo que cortar. Partió comprando las plantas, algunas buganvilias, algunas rosas, pero la gente se las robaba.

Como era imposible evitar los robos, “empecé a cultivar plantas medicinales para que al menos se llevaran unas que les hicieran bien para la salud, las plantitas medicinales le hacen bien a todos”.

En contraste, justo en la vereda frente a su casa hay un contenedor metálico para la basura, y a su alrededor papeles y cartones dándole un aspecto de pequeño microbasural.

“Lo que pasa es que es gente que como sale a trabajar muy temprano, deja la basura afuera en las noches y como pasan los perros, dejan toda la basura desparramada, lo malo es que al final, ya no les importa”, explica sin perder la sonrisa.

Rara vez sale, y cuando se va de viaje algunos días, le pide a sus hijas que lo cuiden, que por ningún motivo se pueden secar las plantas.

“Para regar reciclo el agua. En el verano lleno una piscina que tengo en la casa y en septiembre, toda el agua que saco la almaceno, y con esa agua riego en los veranos” explica.

De su casa a la esquina hay un espacio de 23 por 4 de ancho, de pura tierra. Ahí vio un lienzo para sus pinceles verdes, amarillos, rojos y violetas. “Le pedí permiso a mi vecina y al municipio que me dejen plantarlo. Sería bueno que me vinieran a ayudar a remover la tierra y si tienen algunas plantitas para regalar, mejor. Y si otros vecinos se entusiasman y hacen lo mismo, mucho mejor aún”, dice. Lo del municipio parece que ya tiene visto bueno. Lo de los vecinos, es incierto. Habría que encontrar gente con ganas de ser feliz.

El trofeo que ignora la “cabrería”

La encontramos bajo la lluvia, junto a dos vecinos adultos mayores, pala en mano y las uñas llenas de tierra.

La señora Florentina Urra, vecina del Pasaje 17 de la población Irene Frei, sabe que su nombre está junto a una foto con otros residentes, en sitios webs nacionales e internacionales.

Y tuvo en sus manos un trofeo porque “salimos segundos a nivel nacional en un concurso del programa Quiero Mi Barrio”, cuenta.

Su historia parte con una empresa constructora que, a cargo del proyecto inmobiliario, dejó una plaza en medio del sector con la promesa incumplida de mantenerla. “El pasto estaba largo y seco, por eso se llenaba de basura y la verdad es que estaba harto feo” recuerda.

Teniendo manos, amigos, ganas y dignidad, simplemente no aceptó el vivir en un lugar descuidado y no se durmió en la teoría del deber estatal para arreglar su vida. “Con algunos vecinos empezamos a tratar de mejorarla, pagábamos hasta 70 lucas en agua para poder regarla. La reuníamos entre todo. Pero lamentablemente la cabrería que no sabe de esfuerzo, ni entiende lo que significa para nosotros querer vivir en un entorno bonito, las hicieron todas pedazos”, se lamentó.

Así que otras tras 70 lucas se fueron en plantas. Gestiones y datos de vecinos de por medio, les permitió conseguir varios arbolitos con la Conaf, “y con mucho esfuerzo, nos quedó todo bonito de nuevo y lo chistoso es que esa misma cabrería que la destruyó, ahora es la que más la aprovecha”.

Algunos de los que trabajaron en esta plaza ya fallecieron. “Esta plaza se llama Triángulo 17, por la forma de triángulo que tiene, pero creo que debería tener el nombre de alguno de esos vecinos” plantea.

En fin, se ganaron un trofeo… nada más. “No importa, el mayor premio fue la alegría de tener este lugar y ver cómo los adultos mayores, algunos incluso les costaba moverse, se venían a sentar a conversar a la sombrita. Lo único malo es que las veredas no tienen una bajadita para que pasen las sillas de ruedas, pero no creo que nos pesquen si pedimos ayuda. Ojalá alguien nos ayude, pero no creo”.

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Felipe Ahumada

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