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Formar innvovadores

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No cabe duda que los países -y dentro de ellos las regiones- que mejor se desarrollan son aquellos que apuestan de manera significativa en el fortalecimiento de las diversas habilidades y capacidades de su capital humano. El potencial que existe a nivel de educación terciaria es reconocido, como también lo es que abordar el emprendimiento y la innovación en esa etapa de la vida, significa haber perdido importantes oportunidades de formación de potenciales creadores.

Las políticas públicas y principalmente la educación, partiendo de la enseñanza escolar, deben crear las condiciones para que las personas desde la juventud tengan no sólo el interés y la valoración positiva hacia la creación, sino que las habilidades y los conocimientos técnicos para ello, tales cómo conocer las normas legales, saber tramitar una patente, cómo obtener recursos, etc.

El tema de la creatividad e innovación concentra justificado interés psicológico y didáctico. Posee, como pocas cuestiones, un valor motivador, tanto para el alumno que la intenta como para el docente que la promueve. Ese mérito dinamizador reclama cierto planteo previo, que incluye un acuerdo sobre la significación de la creatividad y las expectativas de su promoción en el colegio, un distingo entre la creación y el proceso creador, y, por fin, el estímulo específico de ciertas cualidades personales que debe poner en juego quien procura crear.

El concepto de “creatividad” tomó carta de ciudadanía en el campo de la psicología de la educación en la segunda mitad del siglo XX. Antes se había empleado una noción menos ambiciosa, como “pensamiento productivo”. En términos humanos, la creación apunta al logro de un resultado que puede considerarse nuevo, valioso y ajustado a un contexto de realidad, ficción o idealidad. Importa apreciar que, en esta experiencia, no sólo interesa el producto (solución de un problema, por ejemplo), sino que importa, además, el proceso mental que permite llegar al objetivo, porque puede ser siempre apto en el futuro para resolver otras cuestiones que se propongan.

Suelen ser persuasivos en el modo de explicar sus creaciones quienes son reconocidos y están consagrados por sus innovaciones en el mundo de la cultura, pero ¿qué les ocurre a quienes dan los primeros pasos en el campo de la creación? Es frecuente que tropiecen con la incomprensión, el desconocimiento y las reacciones adversas de sus contemporáneos. Si finalmente son valorados es porque afrontaron con valentía el rechazo de quienes se opusieron sin razón.

Esa “valentía” es un rasgo clave de la personalidad del auténtico innovador. Es también un objetivo formador que el docente debe alentar en sus alumnos, quienes, en la escala lógica de los problemas que se pueden proponer en la escuela, al arriesgar una solución innovadora deben aprender a escuchar las críticas, pero no a temerlas.

Ese rasgo personal da fuerzas a la capacidad creadora y va más allá, porque las observaciones que recibe el alumno lo mueven a perfeccionar el logro alcanza do. A la vez, alimenta su confianza para proponerse nuevas metas. Lamentablemente, ese rasgo deseable de la conducta del joven queda neutralizado en la enseñanza tradicional, que pide principalmente res puestas probadas y aprobadas y descarta lo distinto, sin someterlo a una crítica lógica que lo depuraría y abriría otros caminos al pensamiento.

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