El ocio no es la madre de todos los vicios
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A más de alguien alguna vez le escuchamos decir “la ociosidad es la madre de todos los vicios”, asignándole al tiempo libre, una condición perversa cargada de prejuicios, como si las personas no supieran qué hacer con él, salvo conductas viciosas.
Frase recurrente además de las viejas dictaduras tanto de izquierda y como de derecha. A la izquierda valoraban de manera superlativa el valor del trabajo , poniendo la productividad al servicio de una causa superior, sin reparar en la remuneración, pues se trabajaba al servicio de esa causa. Las otras, las de derecha, llegaron a menospreciar el ocio, porque era el nido donde supuestamente se incubaban pensamientos e ideologías peligrosas y revolucionarias, indeseables para la estabilidad del poder fáctico. Hechos y no palabras solía ser una de sus máximas.
Unas y otras utilizaron el deporte entre otras actividades como una forma de alinear a la juventud, y no dejar espacio para que está empezara a preocuparse u ocuparse del devenir político y social de la sociedad.
Hoy, la propuesta de Camila Vallejos de reducir la jornada laboral de 45 horas ha provocado un intenso debate, en el cual la concepción del ocio en su significado original ha recuperado su significación positiva. Porque la expresión ocio, viene del latín “ otium”, que significa tiempo libre, tiempo de escuchar y aprender.
El proyecto de Vallejos se funda en la necesidad de que los trabajadores mejoren su calidad de vida, la calidad de sus relaciones familiares y sociales, utilizando constructivamente el concepto del ocio. Tiende a mejorar el bienestar de los trabajadores en la sociedad.
Frente a ello el Gobierno ha reaccionado con un inexplicable pánico y alarma, sin atinar a dar una explicación técnica consistente para oponerse al proyecto. Hemos escuchado explicaciones tan absurdas como la que ha dado el ministro del Trabajo, diciendo que con la reducción de horas de trabajo, Chile no habría ganado la Copa América. Y otras de destacados economistas, que han afirmado que con la reducción de horas, bajarán los salarios o que en el peor de los casos no subirán, por lo que los trabajadores no tendrían dinero para disfrutar de la mayor cantidad de tiempo libre que dispondrán. Por cierto que los economistas no reparan que, al contrario de sus propias realidades, los trabajadores aspiran a estar más tiempo con sus familias, aunque sea para compartir la misma y modesta taza de té que se sirven todos los días en soledad, porque sus hijos duermen cuando llegan a casa.
He estado unos días en Madrid en casa de mi hija y de mis nietas españolas. Ella trabaja 40 horas, llega puntualmente a su casa a las 19.15, cena con sus hijas, atiende los “deberes” de éstas y se acuesta a una hora razonable. Para que ello ocurra se cumplen dos condiciones, una de ellas es un óptimo trasporte público, y la segunda es que se trata de horas efectivamente trabajadas, en donde no toma desayuno en su trabajo, ni habla ni chatea por celular, salvo en la hora de colación.
En lugar de negarse ciegamente a este proyecto, deberíamos avanzar en un pacto social donde convivan derechos y deberes que tengan por horizonte mejorar la calidad de vida de todos por igual. Y la reducción de la jornada de trabajo parece ser parte relevante de ese pacto.