Los acelerados avances de los medios relacionados con las comunicaciones y la información no solo han transformado los modos de estudiar, trabajar o entretenerse de niños y jóvenes, sino que también los exponen a nuevas amenazas.
Hoy en Chile, un 95% de los estudiantes entre séptimo básico y cuarto medio tiene un celular y un 98% tiene una cuenta en alguna red social. Los beneficios de aquello son innegables, siempre y cuando se tengan las competencias para desenvolverse adecuadamente en el mundo digital.
Lamentablemente, el aumento de las denuncias por ciberacoso en los colegios nos dice lo contrario. De acuerdo a cifras del Mineduc, se han incrementado en casi 56% entre los años 2016 y 2018 y según los expertos, se explica porque la expansión del uso en las tecnologías no ha ido de la mano con una adecuada política educativa en la materia.
Considerando lo anterior, el Gobierno ingresó en marzo pasado el proyecto de ley sobre ciberacoso escolar, iniciativa que busca incorporar una serie de obligaciones para que los colegios se hagan cargo de este tipo de violencia virtual, que incluye cualquier tipo de agresión, hostigamiento, difamación o amenaza que realice uno o más estudiantes en contra de otro, a través del envío de mensajes, publicación de videos o fotografías en cualquier red social, medios tecnológicos e internet.
De acuerdo a la iniciativa que ya fue aprobada por la Cámara de Diputados y hoy se encuentra en el Senado, los establecimientos educacionales deben hacerse cargo no solo de colaborar con las investigaciones penales y acciones civiles que puedan surgir, sino también de establecer medidas preventivas de forma activa para educar sobre el adecuado uso de Internet.
Se trata de un esfuerzo legislativo en la dirección correcta, sin embargo, no debe perderse de vista que la violencia escolar -en sus distintas expresiones- es un problema que requiere ser abordado de forma integral, promoviendo una cultura de la paz y resolución de conflictos dentro de las aulas.
Muchas veces la sociedad es la encargada de destruir aquello que el sistema educativo procura construir. Esta certeza, sin embargo, no nos habilita a pensar que el colegio debe cumplir una función pasiva, dirigida básicamente a brindar conocimientos sobre lenguaje, ciencias y matemática; debe -ante todo- formar personas y transmitir pautas de convivencia.
Es fundamental que se redoblen los esfuerzos para que por medio del diálogo y el debate entre docentes y alumnos, éstos comprendan la necesidad de poner fin a todo tipo de situaciones violentas y de edificar la sociedad sobre la base del respeto mutuo, la tolerancia y la solidaridad.
Las acciones humanas siempre crean un compromiso moral. Las tecnologías no son en sí mismas ni buenas ni malas, pero su empleo puede estar al servicio de fines primarios o accesorios que merezcan una calificación ética negativa. De ahí que las obligaciones morales no estén nunca al margen de su empleo.