A más de un año de pandemia, aún hay ollas comunes que continúan funcionando en sectores populares y rurales de Chillán en respuesta a la necesidad de muchos vecinos, cuyos recursos sufren una drástica caída en tiempos de cuarentena.
El chillanejo Cristian Díaz comenzó el año pasado con esta iniciativa en su casa, donde llegó a tener 350 personas que llegaban por un plato de comida. En el presente está encargado de coordinar ayuda para tres comedores ubicados en las juntas de vecinos de la población Vicente Pérez, de Castilla Norte y de la población Luis Cruz Martínez. Hasta esos lugares llegan aproximadamente 500 usuarios en busca de alimentación.
A modo de balance, Cristian comentó que en estos últimos días los comedores han aumentado el número de beneficiados, a quienes con mucho esfuerzo tienden una mano, ya que cada vez es más difícil conseguir ayuda debido a que muchas pymes han sido golpeadas por los efectos de las cuarentenas.
“Por la cuarentena, algunas personas no pueden trabajar. La gente que se atiende en la olla común, es aquella que trabaja de forma particular, que no cuenta con un suelo base y vive del día a día. Tenemos muchas mamitas solteras que tienen sus niñitos, personas de la tercera edad que están solitos y que siempre participan en los comedores”, detalló.
“La semana pasada teníamos 450 y ahora ya estamos llegando a los 500 beneficiados. Y esto va seguir incrementándose si se extiende la cuarentena”, agregó Cristian, quien anunció que se proyecta abrir un nuevo comedor en Santa Rufina.
El voluntario reconoció que mantener comedores a estas alturas de la emergencia sanitaria y con un confinamiento total no ha sido fácil, tanto en lo económico como logístico.
“Hoy en día está costando más, porque también hay que entender que a los empresarios les está yendo mal, e igual nos colaboran, pero no como al principio. Al igual que en todo hogar, todo se va acabando, entonces, hay algunos que no han dejado de ayudar, pero han disminuido, porque a ellos también se les ha complicado la cosa. (…) Quiero destacar al Suboficial Hugo Cerda Contreras, encargado de la Oficina Comunitaria de la Segunda Comisaría de Chillán, quien nos ayuda en lo logístico y buscar mercadería”, sostuvo.
Ricardo Rodríguez, director de la Coordinadora Solidaria Chillán, trabaja en cinco ollas comunes distribuidas en las poblaciones Luis Cruz Martínez y Vicente Pérez, y también en el sector rural, donde se atienden en cada una de ellas a un promedio de 120 a 160 personas.
En el último tiempo, reconoció, que la asistencia a estos lugares ha experimentado un aumento de hasta un 20%. No solo por parte de vecinos de los sectores ya mencionados, sino también de otros puntos de la ciudad, donde los comedores dejaron de funcionar.
“Ahora en estos días ha aumentado la gente usuaria, lo que pasa que en el verano bajó un poco por el empleo estacional que teníamos con la demanda de temporeros. Ya está llegando el invierno, se terminaron las cosechas, así que hay mucha gente sin trabajo y muchas tampoco pudieran trabajar. (…) Estamos en pandemia y acá tenemos muchas necesidades. Hay que comprender que acá hace un año no trabaja el personal de los transportes escolares, ni de los restaurantes. Aquí hay muchos empleos precarios y con esta pandemia se reflejó todo”, explicó.
Gracias a aportes de particulares y a la municipalidad han logrado mantener en pie la iniciativa que ha tenido como principales beneficiados a los adultos mayores.
“Quienes han estado muy descompensados con esta pandemia, han tenido ese problema de no poder salir y sus ingresos son súper mínimos, de 120 mil pesos, con los cuales muchas veces tienen que comprar remedios, pagar luz y agua y hasta ahí les llegó su ingreso. Una corporación ha intervenido en estas ollas y trae algunos insumos como avena, leche y fruta para que tengan el fin de semana cuando no van a la olla”, dijo.
En palabras de Ricardo, a los voluntarios que colaboran de manera desinteresada “se le ha dado la importancia que merecen. Es más en la primera etapa de la vacunación, todos los voluntarios que trabajan recibieron sus dosis y con eso los declararon personal esencial, porque realmente ellos han sido claves, alimentando a mucha gente”.
Reactivar la ayuda
La falta de personal para preparar los alimentos fue la causa, que en octubre del año pasado, obligó el cierre del comedor solidario que funcionaba en la sala parroquial de la capilla San Alberto Hurtado, en Los Puelches.
Durante cinco meses, de lunes a viernes, entregaron almuerzos para aproximadamente 150 vecinos afectados por la pandemia, y cuya situación se ha agudizado con el pasar de los meses, por lo que esperan poder reactivar el comedor para ir en apoyo de estas personas.
“Las personas que me estaban ayudando a cocinar encontraron trabajo. De seis personas al final solo quedaron dos, y para cocinar para 150 personas era demasiado trabajo, quedaban cansadas, yo trataba de ayudar en lo que más podía pero al final no pudimos continuar”, explicó José Eduardo Pino, presidente de la junta vecinal Los Puelches.
Aseguró que no solo se beneficiaron residentes del sector, también asistieron personas de otros lugares como Río Viejo, Alonso de Ercilla, Sarita Gajardo, Paseo de Aragón, entre otros. “Los inscribía sin ningún problema porque si estaban pidiendo un plato de comida es porque lo están necesitando”, dijo.
El dirigente destacó que la crisis sanitaria ha emporado la calidad de vida de sus vecinos, muchos de ellos están cesantes en la actualidad.
“Hay mucha gente que ha quedado sin trabajo, otros encontraron trabajo en la fruta y ya tenían sus ingresos, pero ahora con esta cuarentena y todo el protocolo que hay creo que mucha gente ha quedado sin pega y la está pasando mal, tenemos a muchos más cesantes que el año pasado. Muchas veces esos casos se maquillan con un puntaje en el Registro Social de Hogares, pero cuando esa gente queda sin trabajo eso no se actualiza en las fichas de manera automática”, indicó.
Recordó que el comedor solidario fue una iniciativa de los mismos vecinos, quienes en un principio con donaciones armaron cajas de mercadería paras las personas afectadas, y posteriormente recibieron ayuda alimentaria de la municipalidad y de la ONG ADRA (Agencia Adventista de Desarrollo y Recursos Asistenciales).
José Eduardo afirmó que de encontrar nuevamente al personal de cocina y los voluntarios comprometidos con la ayuda social no dudará en abrir nuevamente el comedor solidario. No obstante, señaló que también existe temor en las personas a contraer el virus lo que es un motivo que dificulta la labor.
“Se requiere a un equipo de cinco o seis personas, y teniendo a la gente no habría problema en reactivar el comedor. Lo que pasa es que hay harto miedo en la gente de que puedan llevarse el virus a sus casas, primero como que no tenían tanto temor al virus, pero ahora viendo las consecuencias y las estadísticas la gente como que le tiene más respeto al virus”, advirtió.
Comedor con más de 40 años
La hermana Patricia Martínez lidera en conjunto con las juntas vecinales de las poblaciones Balmaceda, Bartolucci y La Fuente, en el sector Ultraestación, el comedor solidario San Martín de Porres para ofrecer de lunes a sábado almuerzos a cerca de 80 personas que viven diversos problemas como la cesantía, estar en situación de calle, entre otros.
Luego de trabajar casi un año de manera continua recibiendo aportes de la municipalidad y vecinos, este año estuvieron paralizados más de un mes ante las dificultades para conseguir los alimentos necesarios.
“El año pasado llegamos a casi 130 personas y este año iniciamos con 70 personas pero ya vamos en 80. El comedor se volvió a iniciar en marzo, porque los colaboradores estaban un poquito cansados, entonces paramos un poco más de mes y medio y continuamos este año casi con las mismas personas del año pasado”, dijo.
“Gracias a Dios el año pasado no tuvimos mayores complicaciones, también porque el Gobierno Regional aportó su granito de arena. Este año estamos trabajando con la municipalidad y lo que no alcanzamos por ABC motivo hay un fondito que la gente siempre está aportando para cubrir algunos gastos, como el pan que hay que comprarlo”, agregó.
Explicó que el comedor existe desde el año 1.980, y en ese entonces se creó para brindar almuerzos a niños, incluso el desayuno en algunas ocasiones. “Después con la situación que en los colegios se empezaron a dar almuerzos se vio la necesidad de que había mucha gente de calle que era adulta y empezamos a darle almuerzos a la gente de calle y con situación mas irregular, ahí dábamos entre 50 a 60 almuerzos y a diferencia de hoy, ellos podían sentarse a comer ahí”.
En el comedor del sector Ultraestación estiman que más usuarios se sumarán con el contar de los días producto de las dificultades propias de la pandemia.
La hermana Patricia señaló que “la gran mayoría de los beneficiarios son por situaciones de no trabajo, personas de calle que viven en lo que era antes la maestranza de ferrocarriles, ahí hay un grupo de personas que vive en casas abandonas, también tenemos adultos mayores que reciben una pensión de gracia, que viven solos en una piececita y generalmente son alcohólicos”.
Texto: Susana Núñez / Antonieta Meleán