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¿Políticos extremistas?

En este tiempo de campañas electorales parece estar de moda calificar a ciertas personas o colectivos con apelativos tales como “extremos”, o “ultras”. Desde la ciencia política, varios pensadores se han dedicado a estudiar este fenómeno. Silvano Belligni (Extremismo); Seymour M. Lipset y Earl Raab (La política de la sinrazón); y William Kornhauser (Aspectos políticos de la sociedad de masas), por ejemplo, han visto diversos aspectos de esta ideología.

Sin pretender hacer una síntesis de lo que hace décadas se ha analizado al respecto, cabe precisar que la ideología que sustenta al extremismo se caracteriza por maximizar los objetivos políticos sin dar espacio a metas intermedias, y además, suele proponer una intransigencia en los procedimientos conducentes a esos objetivos, validando incluso, el uso de medios violentos si fuera necesario.

En Chile se han levantado movimientos extremos en más de una ocasión, con lo cual no debiera ser difícil reconocerlos. De hecho, en el S. XX podemos mencionar al menos tres provocativos actores políticos que calzan con el perfil de ser extremistas: el movimiento nazi criollo de los 1930; el MIR fundado en 1965; y la convocatoria del partido socialista hacia fines de los 1960. De hecho, probablemente sea este último colectivo el que, en su congreso doctrinario celebrado en Chillán en Noviembre de 1967 ejemplifique cabalmente los políticos extremos. En esa instancia, dicha colectividad expresó: “El Partido Socialista, como organización marxista-leninista, plantea la toma del poder como objetivo estratégico a cumplir por esta generación para instaurar un estado revolucionario que libere a Chile de la dependencia y del retraso económico y cultural e inicie la construcción del socialismo. La violencia revolucionaria es inevitable y legítima…”. Y para ser más explícitos en su extremismo respecto a los medios para alcanzar el poder, proclamaron que “Las formas pacíficas o legales de lucha (reivindicativas, ideológicas, electorales, etc.) no conducen por sí mismas al poder. El Partido Socialista las considera como instrumentos limitados de acción, incorporados al proceso político que nos lleva a la lucha armada…”.

Es conveniente subrayar que los partidos, movimientos o individuos extremistas ven en la conducta revolucionaria el mecanismo más dúctil y eficiente a sus propósitos transformadores, distanciándose con claridad respecto de quienes, por ejemplo, siendo polémicos en sus planteamientos, ponen en práctica costumbres democráticas.

Un agente asertivo o controversial al comunicar sus ideas, si tiene una cultura democrática verdadera, ello se notará en cuanto despliegue una conducta respetuosa de los ritmos propios que los ciudadanos se dan a sí mismos para progresar en conjunto. También se notará en cuanto respete los procedimientos y las deliberaciones dialógicas que permitan resolver los conflictos. En cambio, la política extrema se distingue por su pretensión rupturista y refundacional: no se conforma con cambios graduales y lejos de cultivar la deliberación respetuosa de la libertad de expresión, opta por cancelar personas o ideas.

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