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Participación

Cristian Cáceres

Un 75% de los chilenos señala que la democracia es el mejor sistema de gobierno, sin embargo un 40% manifiesta su satisfacción con la forma que ella adquiere, revela el último estudio del Barómetro Latinoamericano, coincidente con trabajos similares de universidades nacionales y centros de estudio de opinión pública.

Si consideramos la cifra de satisfacción con la democracia en nuestro país, ella es muy semejante a la de los electores que votaron en las últimas elecciones municipales, de gobernadores y de convencionales del pasado 15 y 16 de mayo, y por ello podemos aventurar una primera conclusión muy compleja para la elección del domingo: el descontento con la democracia se estaría expresando a través de la abstención, del rechazo al mundo político y a las instituciones que se manifiesta no votando.

En los comicios de mañana es posible que se verifique esa tendencia en una elección general, que incluye la de Presidente de la República, senadores, diputados y consejeros regionales. Distintas encuestas arrojan proyecciones en un rango entre 40% y 65% de abstención, cifras elevadas, considerando que está en juego el modelo de desarrollo que se quiere para el país.

Sin embargo, hay factores que podrían mover la aguja hacia arriba en materia de participación, tales como una mayor asistencia de adultos mayores, que con un contexto de pandemia más auspicioso, podrían retornar a las urnas. Otro factor, que bien expone en la edición de hoy la experta en Marketing Político, Paulina Pinchart, es el llamado “riesgo percibido”, que consiste en la motivación de participar para que no salga un determinado candidato. Por último, en una región como la nuestra, otro motivador son las redes clientelares que se dan en torno a las candidaturas de senadores, diputados y cores.

Si bien es cierto que la voluntad popular no debe quedar en manos de los supuestos, de los números que muestran los sondeos, o de lo que decidan los otros, la idea de que el voto individual no tiene ningún valor estadístico no se aplica en una democracia, donde todos los ciudadanos tienen el mismo poder. De hecho, en la práctica, las elecciones son los únicos hitos en la historia de un país en que la opinión de un rico pesa lo mismo que la de un pobre.

Es claro que negarse a participar no solo es apatía, también es desconfianza, desinterés y desencanto. Naturalmente, entre los factores de este estado sicológico, figura el desempeño de los líderes políticos y una percepción de injusticia social, pero también un marcado individualismo de la sociedad, que ha relegado a un último plano la mirada colectiva y del bien común. Como un círculo vicioso, dicha desesperanza que se traduce en apatía electoral no solo reduce las posibilidades de cambio, sino que facilita la mantención del status quo que tantas insatisfacciones nos genera. No olvidemos que finalmente la voluntad popular reside en una decisión individual, motivada por el deseo de hacer valer un derecho que constituye la única herramienta de participación efectiva para avanzar hacia una sociedad más justa.

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