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Nuevo plan regulador

Mauricio Ulloa

El crecimiento de las ciudades es un proceso que responde a múltiples factores, donde el mercado y las regulaciones juegan un rol importante, así como también la geografía, la disponibilidad de terrenos y la conectividad. Chillán no es la excepción a esta regla, y si bien su crecimiento no ha sido muy armónico y el mercado ha ejercido un rol más preponderante que la planificación, es importante que las autoridades tomen las decisiones adecuadas para que en los próximos 20 años no se lamenten los errores de hoy.

¿Cuál debería ser el modelo de crecimiento de Chillán? ¿Extenderse en las casi 3 mil hectáreas urbanas que le quedan? ¿Apostar por la compactación, asociada a una mayor densificación y fomento de la construcción en altura?

La realidad es que Chillán hoy se sitúa a medio camino entre uno y otro modelo de crecimiento. Por una parte, hay más de dos mil departamentos en construcción, lo que da cuenta de que la ciudad va modificando rápidamente su fisonomía. Esto puede ser muy positivo por diversas razones, pero también tiene un reverso, menos amable, como son los efectos negativos en el tránsito, al presionar la débil trama vial de la ciudad, y el daño sobre el patrimonio e identidad arquitectónica que constituyen los 100 mil metros cuadrados que quedan de edificios y viviendas construidas bajo los principios modernistas, post terremoto de 1939.

Lo anterior, en todo caso, no debe entenderse como el triunfo de la densificación por sobre la expansión. Creer que la urbanización de la periferia perdió fuerza es algo que está lejos de ocurrir. Hay inversionistas que han comprado grandes paños de terreno en la superficie urbana aún no ocupada, principalmente en los sectores suroriente y poniente. Allí han desarrollado enormes proyectos inmobiliarios en áreas que no cuentan con la conectividad adecuada, condenando a sus residentes a los tacos y el aislamiento.

Se trata de una constante que se cumple a cabalidad: el sector privado va adelante de la planificación, lo que obliga a las autoridades a ir adecuando dicha planificación al crecimiento real, es decir, a ir detrás. Pero ello no debiera ser así, puesto que la ciudad puede definir con antelación los principios orientadores de su desarrollo urbano, que se plasman en instrumentos de planificación territorial.

Lo razonable, más que plantear el problema desde un enfoque binario, ahora que la comuna debe darse a la tarea de desarrollar un nuevo plan regulador, sería reconocer esta realidad y avanzar hacia una planeación mixta que considere ambos fenómenos: la densificación de las áreas centrales y pericentrales, con el reconocimiento oficial y estricto de amplias zonas de conservación histórica, y una expansión regulada con instrumentos de planificación que anticipen el desarrollo periférico.

De la respuesta concreta y oportuna que se le dé hoy a esta problemática dependerá la ciudad que le dejemos a las futuras generaciones. Convertir el crecimiento habitacional en desarrollo y calidad de vida es posible, pero solo si la planificación urbana dirige y regula bien las fuerzas del mercado.

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