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Nuestra Reina Isabel

Septiembre es un mes histórico y emblemático en la historia de Chile. No solamente se realizó la primera junta de gobierno, que culmina con la independencia en 1918, sino que además el 4 de septiembre era la fecha -en la antigua democracia- en que se elegía al presidente de la República. Para que decir el fatídico 11 de septiembre, cuyas secuelas quedaron marcadas en la historia de Chile. Y el 4 de septiembre recién pasado se voto y rechazó el proyecto de nueva constitución, elaborado por una febril comisión constituyente. Con todo, es un hecho histórico porque marca el inicio de un segundo tiempo que esperamos conduzca a una nueva constitución que a nadie repugne.

En eso estábamos cuando desde bien al norte, el 8 de septiembre, llega una “dolorosa” noticia: la muerte de Isabel II de Inglaterra. De inmediato, los medios de comunicación entran en modo Reina Isabel. Prácticamente en cadena nacional y de manera continua, realizan despachos en directo, los “rostros del periodismo” se trasladan al hemisferio norte y minuto a minuto relatan los pormenores del magno evento fúnebre.

Parece que fuera cierto que somos “los ingleses de América del Sur”, y no sólo porque manejamos por la izquierda, sino por nuestra devoción por la Reina Isabel, que no es reciente por lo demás. En 1968, en noviembre, una joven Reina Isabel visitó Chile y fue recibida por el presidente Eduardo Frei Montalva, quien en un auto descapotado recorre la Alameda Bernardo O Higgins junto a la soberana, que era vitoreada por la gente que copó las calles.

Al parecer no tenía mucha prisa y se quedó 6 días en Chile. Visitó Pucón, donde pernoctó en histórico hotel Antumalal y el Príncipe de Edimburgo aprovechó de darse una vuelta por los lagos del sur, a ver si pescaba algo. Le llamó la atención la gran abundancia de yuyo en los campos chilenos, maleza que en plena primavera florece con flores de color amarillo, conocidas como dedales de oro.

Parece que no andaba tan perdida nuestra colega chillaneja y fugaz candidata a senadora, quien dijo que Chile necesitaba un rey o una reina. El fervor que ha producido su figura parece darle la razón.

Y septiembre nos trajo a la palestra a otra reina, a nuestra Reina Isabel, el mismo día que fallece “Su Majestad”, como les gusta decir a algunos, le fue otorgado el Premio Nacional de Literatura a Hernán Rivera Letelier, cuya máxima obra es “La Reina Isabel bailaba rancheras”.

Nuestra Reina Isabel es la prostituta más famosa de todo el desierto. La gran querida, la soberana absoluta de las noches atacameñas. Amada y adorada por los pampinos, cada uno de ellos tiene una historia que contar sobre sus amores.

En torno a la vida, pasión y muerte de esta mujer legendaria, Hernán Rivera Letelier construye una de las novelas más entrañables de la literatura chilena de las últimas décadas. Un drama impregnado de humor negro que no sólo pintó un cuadro brumoso sobre la vida en las salitreras nortinas, sino que convirtió al autor en una de las plumas más premiadas y exitosas de nuestro país.

Nuestra Reina Isabel, pampina, puro pueblo y lujuria, nace a la inmortalidad el mismo día que la Reina Isabel, del Reino Unido, ingresa a la eternidad. Paradojas de la vida.

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