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Modelo pedagógico y expectativas en educación pública

En un reciente seminario organizado por el Centro de Estudios Libertad y Desarrollo, hubo un oportuno diálogo respecto de aspectos administrativos que deberían cambiar para fortalecer la educación pública. Sin embargo, se eludió una revisión reflexiva y crítica respecto a su corazón pedagógico.

El actual Director de la Dirección de Educación Pública (DEP), Rodrigo Egaña, mencionó que están trabajando en establecer un “núcleo pedagógico”; sin embargo no se refirió al modelo pedagógico institucional. Al respecto, es necesario saber si la DEP cuenta con un modelo pedagógico o si carece de él. La misma pregunta cabe formular a los Servicios Locales.

Conviene precisar que un modelo pedagógico explicita los fines educativos que persigue una institución educativa y fundamenta dos aspectos centrales en el propósito de realizar una educación acorde con los principios corporativos: perfila el conjunto de aptitudes y actitudes docentes, y define el enfoque educativo. De tal forma, no contar con un modelo pedagógico es como la navegación de un avión sin piloto y sin los elementos que permitan evaluar y contrastar el rumbo, la altura, etc. ¿Los docentes contratados por cada SLEP tienen un perfil profesional coherente con la filosofía educacional institucional (bajo el supuesto que existe)? ¿Sus metodologías son coherentes con la antropología pedagógica expresada en el modelo pedagógico (asumiendo que cuentan con uno)? Sería importante que las autoridades fueran transparentes al respecto.

Por otra parte, el Director de la DEP dio a conocer las metas hacia el 2030, entre las que llaman la atención dos. Que los niños aprendan a leer “máximo en segundo básico” y que “manejen un segundo idioma antes de egresar”.

Al respecto, vale la pena subrayar que proponer metas bajas e imprecisas seguirá impulsando la ineficacia educativa, y en simultáneo, profundizará la brecha de estos escolares con los alumnos que asisten a proyectos educativos bien estructurados y con altas expectativas pedagógicas. Algo razonable en este planteamiento, sería por ejemplo, que los alumnos egresen de primero básico leyendo y con suficientes habilidades lectoras para progresar en una adecuada autonomía lectora en los siguientes cursos de enseñanza básica; y en cuanto al segundo idioma, lo razonable sería disponer que todo alumno al egresar de segundo medio cuente con una certificación internacional. Lograr ambos objetivos sería una señal concreta de mejora en la calidad educativa de la educación pública.

En este contexto, sería conveniente que los directivos de la DEP tomaran en cuenta la abundante literatura científica que desde hace mucho viene mostrando la incidencia y los efectos de las expectativas en los aprendizajes.

Mejor aún, harían bien en actuar en coherencia con lo que sostiene la agencia de calidad, que afirma: “Las expectativas educativas de los estudiantes remiten al nivel educativo máximo que creen que lograrán en el futuro (…) las expectativas que los profesores tienen del desempeño escolar de sus estudiantes no son inocuas en el proceso educativo de los niños y jóvenes”.

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