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Mirando a Chile de otra manera

La vida social y productiva se ha detenido. A pesar del terrible costo de angustia y ahora hasta de desesperación por la falta de trabajo e ingresos, con esta pandemia estamos pagando las transgresiones brutales acometidas contra los ecosistemas.

Tantas tarjetas amarillas se nos acumularon, que la Tierra quiere sacarnos la roja de la expulsión. Porque ya estábamos en riesgo vital: el modelo civilizatorio occidental, el que se impuso post Segunda Guerra era un veloz carro no apto para caminos locales, complejos con comunidades humanas diversas, que no respetaba historia ni idiosincracia. Naciones a los que se les impuso una sola carretera, la del capitalismo liberal extractivista. Un caro corriendo a total exceso de velocidad, con un conductor borracho de ganancias, además de sin luces. El colapso a fuerzas tenía que venir.

Uno de esos caminos diferentes es el camino de Chile. Un camino rocoso, andino, angosto y alto, especial y difícil. Y en esta dolorosa incertidumbre miremos al olvidado camino que sube al oriente. Por lo cual, proponemos ver a Chile desde el mito, desde su relato ancestral fundante.

Resulta muy interesante que desde el lenguaje de otras naciones, el significado de Chile refuerza lo ya dicho. Así, en el idioma chino, la voz “Chile” se descompone en el sufijo chi “sabiduría, conocimiento” y le, “lucro”, “abundancia”. Vale decir, la sabiduría como abundancia, como beneficio. Por diversos signos, estamos persuadidos que aquí aguarda un lucro de sabiduría destinada al mundo que viene.

Lo cierto es que Chile es un gigantesco signo de interrogación cuyo punto final indica el misterio austral. Y ese punto está ubicado en pleno polo antártico, el lugar que nos dejará helados cuando se despejan sus secretos, cuando se anuncien sus revelaciones. De momento, veamos los aún fértiles valles del país como catedrales de la luz, ver el país como una gran catedral de piedra. Porque sus valles, tal como las catedrales góticas, están orientadas de este a oeste, con el ábside en el oriente. O bien, veámoslo como el país–pirámide, una colección alargada de cerros Tren-treng, dispuestos allí para salvación y refugio de un resto humano sabio. Cuando las aguas de Kay-Kay todo lo inunde, subir esas montañas será la última Arca de Noé que se le deparará al género humano. Así dice aquel mito fundante.

La cima azul de nuestra montaña no se toma la molestia ni de sonreír frente a nuestros agobios por la salud. Imperturbable, los atomiza con aire fresco haciendo planear nuestra mente a lomo de cóndores, vaciándola de la basura de las puntuales angustias. Y entonces, de repente, la mente pura, se conecta con la Nada del infinito. Pero también con el Todo.

Y ahora es el preciso momento en que aparecen las preguntas anestesiadas por la modernidad : ¿Y si Dios me recogiera ahora? Pero ¿Cómo me presentaría ante El –es decir frente a Mi mismo- con estas manos que nunca se juntaron para la adoración de la Grandeza tan cerca de mi? ¿Ayudaron ellas a construir la Ciudad de Dios en la tierra? ¿Por qué permanezco atrapado en la carroña de mis peores emociones y no fluyo en las ráfagas de luz de mi intuición? Entonces, la misma montaña me devuelve a lo mío, a nuestra condición de peregrino. “Es mi destino : piedra y camino” nos recuerda Atahualpa.

La escasez de la pandemia me lleva a solo tomar el morral, a caminar ligero de equipaje, soltando los pesos muertos de tanta estupidez y amargura acumulada. Y el descanso en mi camino es solo un momento, porque “de un sueño lejano y bello Viday, soy peregrino”… Preocuparse y condolerse sólo por un instante, lo exacto y justo para llenarnos de serenidad y valor frente a las pruebas; de claridad y fortaleza, las armas más poderosas del peregrino y del guerrero.

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