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La esforzada vida de tres chillanejas que quieren superar el analfabetismo

C. Cáceres

Frustración, impotencia y vergüenza son sentimientos que afloran cuando se carece de la habilidad de leer y escribir para desenvolverse con independencia en un mundo cada vez más demandante.

Resolver un trámite o llegar a una calle se convierten en un desafío para quienes en su madurez aún no resuelven esa deuda pendiente con su educación, limitación que cierra puertas y agudiza las precariedades, sobre todo cuando se vive en Ñuble, la segunda región del país con mayor índice de pobreza. De acuerdo a la Encuesta Casen 2020, un 14,5% de los habitantes de la región está en esa condición, que equivale a más de 74 mil personas.

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La educación es la base para romper con el círculo de la pobreza, pero en Ñuble hay un 7,2% de su población que no sabe leer ni escribir, mientras que el país un 3,6%, de acuerdo a la Casen 2017.

Es por ello que el programa Contigo Aprendo busca brindar una nueva oportunidad a vecinos que a través de la alfabetización culminan con la certificación de cuarto básico. En el plan participan personas mayores de 15 años y que presentan situaciones especiales. “Saben leer y escribir, pero nunca asistieron a la escuela, lo hicieron pero solo hasta tercer año básico, no saben leer y escribir o lo olvidaron, tienen nacionalidad extranjera pero no terminaron el primer ciclo en su país o no poseen certificado de dicho ciclo, y las personas con un nivel básico de conocimiento oral de la lengua española”, detalla el seremi de Educación, César Riquelme.

Actualmente el programa de alfabetización cuenta con seis monitores en la región, ubicados en Chillán, Cato y San Carlos.

En el sector oriente de la capital regional son 10 alumnos, entre 45 y 68 años, los que asisten a las clases que se imparten desde Julio hasta noviembre del presente año y que albergan la esperanza de cerrar ese capítulo en sus vidas.

“Nos fuimos dando cuenta que la gente al venir a hacer sus consultas teníamos que inscribirlas y ellos muchas veces no sabían escribir sus nombres, no sabían cómo identificarse en el registro. Uno de nuestros funcionarios, Carlos Cabrera, se fue dando cuenta que había mucha gente analfabeta y nació esta idea”, explica Paola Uribe, delegada municipal Oriente.

“Un cambio muy grande”

A sus 55 años de edad, Sara Mora, dueña de casa y comerciante. Jamás pensó que era tarde para aprender a leer, escribir y retomar los estudios que dejó cuando era una niña que cursaba tercero básico. Hoy asiste entusiasmada a clases dos veces por semana en la Delegación Municipal Oriente, donde espera licenciarse de cuarto medio.

“Cuando chica no alcancé a llegar a cuarto medio y lo que quiero es terminar. Antes eran otros tiempos, uno se dedicaba a los niños y ahora ellos ya están grandes. Cuando el ‘profe’ propuso la idea me pareció genial, porque no sabía mucho leer ni escribir, ahora estoy aprendiendo muchas cosas y ha servido harto, estoy entusiasmada, como cabra chica”, expresa.

A lo largo de su vida ha vivido momentos en los que ha sentido vergüenza por no saber leer ni escribir o por no ser considerada para puestos de trabajo por la misma condición.

“Cuando uno va a buscar trabajo siempre piden que uno tenga el cuarto medio, y al decir que llegué hasta tercero, van dejando a uno como a un lado por el hecho de no saber leer. No me he sentido discriminada pero cuando voy al centro o alguna parte y me preguntan si sé leer o que escriba mi nombre, me daba vergüenza decir que no sabía leer y tenía que pedir ayuda para hacer el trámite”, recuerda.

Sara no tiene dudas de que será un antes y un después cuando culmine los estudios. “Esto va a ser un cambio muy grande para mí como persona y creo que, para todos mis compañeros, porque ya no me dará vergüenza”, revela.

Cuenta con el apoyo de su esposo e hijos, compañeros de estudios y el profesor para materializar su sueño de sacar cuarto medio. Espera que este programa de alfabetización para adultos se mantenga y más vecinos, sin importar la edad, se atrevan a estudiar.

“A veces cuando uno tiene esta edad uno dice que está viejita, pero mientras uno tenga el espíritu joven y tenga las ganas hay que seguir adelante nomás. Tengo todas las ganas de seguir hasta que Dios me acompañe”, precisa.

“Esto es bueno para todos los vecinos que no saben leer, es una idea muy buena que tuvieron en la Delegación Municipal. Así como nosotros, hay mucha gente que a veces por su edad no se atreve, tienen que venir porque es bonito todo esto”, añade.

“Es un sueño”

Sandra Neira Candia, de 47 años, está cumpliendo su anhelo de poder estudiar de nuevo. La falta recursos y apoyo la alejaron a muy temprana edad de la escuela.

“Mi mamá tenía un bebé, entonces ella trabajaba y yo cuidaba a mi hermano chico y eso impidió que siguiera estudiando, porque mi mamá no tenía los recursos para que la ayudaran. Las dos lloramos porque ella no tenía plata para pagar mis estudios y me retiré en cuarto básico”, evoca.

Cuando la invitaron a inscribirse en el programa aceptó de inmediato, pues vio una oportunidad de terminar la etapa escolar básica y para evitar repetir episodios que la han marcado, como cuando sus dos hijos le pedían ayuda con las tareas.

“Cuando mis hijos iban al colegio me decían que le ayudara con las tareas y yo no sabía, y eso me hacía llorar, me dolía en el alma porque no terminé mis estudios”, indica.

Agrega que “yo sabía leer y escribir, pero las letras a veces se me enredan y cuando pregunto algo se ríen de mí. Cuando me cuesta decir las palabras me hacen burla y a mí no me gusta eso, me da vergüenza”.

Actualmente Sandra es el pilar de su familia pues su esposo padece Parkinson. Trabaja en la feria y recientemente se adjudicó un proyecto Fosis para desarrollar su emprendimiento de tortillas. Sus días son bastante movidos, pero aun así llega alegre a sus clases con ganas de aprender.

“Me siento súper bien, como si hubiera nacido de nuevo, porque llego a la casa con mis libros a escribir, pintar, mi hija me enseña también. Me ha costado poco, porque estoy concentrada en lo que está diciendo el profesor, y cuando no sé algo le pregunto. Estoy bien con mis compañeras, nos reímos, no dan ganas de irse de la clase porque es una alegría estar aquí”, expresa.

Una vez finalice la enseñanza básica, Sandra sueña con seguir estudiando y llegar a ser una asistente social para ayudar a los adultos mayores. “Los he visto muy solos, los humillan en las filas, muchos de ellos no saben leer ni escribir y uno los debe ayudar”, precisa.

Nunca es tarde para aprender

Una dura crianza rodeada de violencia y carencias económicas hizo a Juana González, vecina de la villa Lomas de Oriente 1, desistir de sus estudios en el pasado. Cuando niña sufrió la mano severa de su padre, a quien atribuye sus problemas para aprender, porque en su casa no había un ambiente propicio para eso, y ya joven, cuando quiso retomar sus estudios, él le impidió hacerlo tras ser sorprendida con un joven. Pensaba que iba a la escuela solo a “pololear” y a perder el tiempo, por lo que no aprendió ni a leer ni escribir. Ya casada intentó nuevamente volver a las aulas, pero no lo logró.

“A mi me pegaban mucho, mi papá cuando estaba curado siempre me pegaba en la cabeza. Entonces yo aprendo y se me olvida (…) Cuando peleaba con mi mami yo me metía a defenderla, entonces, él lo primero que hacía era pegarme en la cabeza con la correa. No dejaba que yo estudiara, era muy mañoso. Estuve estudiando de noche también allá en la “20”, era cabrita y un día me fue a “pillar”, uno cuando tiene pololo es desordenada y allí me dijo que no iba más a estudiar y me empieza a pegar, me dio dos correazos y me dejó marcada la cabeza (…) Estuve estudiando allá por Río Viejo, cuando ya estaba casada, hasta primero básico alcancé no más, porque todo se me olvidaba”, recuerda.

Hoy esta vecina chillaneja, de 68 años, decidió retomar esa tarea pendiente y ponerse a prueba una vez más. Reconoce que el proceso no ha sido fácil, pero sus cercanos la han motivado a avanzar, apoyando sus actividades.

“Leer me cuesta y escribir puedo hacerlo como el “tío” me dice. Algunas veces hago las letras y cuando las revisa me dice que vamos de nuevo y las logro hacer bien. También me enseñan las compañeras. El tío es muy bueno con uno. (…) Me enseña algunas veces mi marido, me dice aprende vieja y yo trato de aprender. Le respondo, pero al rato él me pregunta de nuevo y olvido, ya después vuelvo a lo mismo. Pero he hecho tareas, algunas veces no me quedan muy bien”, relata.

Si bien “Juanita” reconoce que el camino es largo y a veces pierde la esperanza de sacar el cuarto básico, manifiesta que no puede aflojar y debe dar el último esfuerzo hasta que Dios se lo permita, para dejar de depender de otros, quienes la ayudan a desenvolverse en la ciudad.

“Cuando me voy a pagar la pensión mis hijas me ayudan. Como yo no sé ni escribir ni leer, pongo mi dedo no más, pero cuando voy a hacer un trámite andan ellas conmigo, porque yo me pierdo. La gente que me conoce me dice váyase por aquí derechito Juanita a su casa”, comenta.

Concluir sus estudios para Juana es cerrar un capítulo que la subyugó a tener una vida con limitaciones económicas, en la fue empleada doméstica y tuvo nueve hijos, que, si bien terminaron sus estudios en una escuela especial, enfrentan hoy dificultades de salir adelante.

“Yo pienso cómo va ser tanto que no voy aprender a la edad que tengo, si no aprendo a leer ahora ahí voy a quedar, pero le hago empeño”, expresa.

Texto: Susana Núñez| Antonieta Meleán

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