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La buena política

Mauricio Ulloa

Hay dos enseñanzas básicas de la política. Una es que esta actividad se concibe desde una vocación que supone una fuerte inclinación hacia un trabajo en beneficio de los demás o hacia la causa común y, por lo mismo, se entiende que va acompañada de una natural tendencia a dejar al margen las consideraciones personales.

La otra enseñanza es que la realidad política es siempre multifacética, y que en la dinámica de su actividad puede distinguirse entre dos caras, una táctica y otra arquitectónica. La primera comprende lo vinculado con la lucha por alcanzar y conservar el poder; del otro lado, la cara arquitectónica se refiere a la tarea que se lleva a cabo desde el poder para diseñar y ejecutar políticas que beneficien a las personas, impulsando el desarrollo y una mejor calidad de vida.

Actualmente, existe en la ciudadanía una generalizada percepción de que en la Región prevalece la primera cara y hay más lucha por la conquista de parcelas de poder de determinados actores políticos, que la discusión de proyectos y propuestas que tengan como meta un mejor futuro para Ñuble y su gente.

Cuando todo se reduce a la táctica política, a cuántos partidarios puedo ubicar o favorecer, se desnaturaliza el servicio al bien común que define a esta noble actividad. Por el contrario, los ñublensinos reclaman, en este particular momento de su historia, que predomine la dimensión arquitectónica y las definiciones cuenten con el mayor grado posible de consenso y participación ciudadana.

Lamentablemente, no tenemos vocación, experiencia y menos instrumentos que incentiven una real participación. Desde los 90 y hasta ahora, el protagonismo lo han tenido decorativos consejos de la sociedad civil, que apenas representan el primer eslabón básico de la participación y están mostrando sus desviaciones, ya que esos espacios suelen transformarse en instrumentos de relaciones clientelares y, en algunos contextos, en mecanismos participativos cooptados por actores no representativos, especialmente cuando la sociedad civil no logra empoderarse de los procesos.

De lo anterior vemos mucho. Senadores, diputados, alcaldes e incluso concejales; todos tienen redes clientelares, lo que termina desvirtuando la relación representante-representado y difuminando la responsabilidad que tiene cada uno en la democracia regional y local, donde el modelo muestra su peor cara.

Este enfoque de participación, adoptado en la mayoría de los países que admiramos, no pretende reemplazar al representante, sino más bien complementar su acción y mejorar la calidad de las decisiones que se toman sobre los asuntos públicos locales.

Ni reemplazo de los representantes ni subordinación o cooptación de la participación ciudadana, el camino es el complemento, pero para ello se requiere de políticos dispuestos a hacerse cargo de la dimensión arquitectónica y, sobre todo, de ciudadanos dispuestos a ocupar esos espacios, exigirlos y hacerlos prevalecer.

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