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El rol de primera dama, otro error

Señor Director:

El paso de la pareja del Presidente de la República por el gobierno es un nuevo y elocuente indicio del intenso anclaje generacional e ideológico que distingue a las actuales autoridades, como también de los ímpetus de redención que las mueven. Primero se propuso eliminar el cargo de Primera Dama por estimar que ella no se avenía con ninguno de esos dos conceptos; luego pretendió identificarlo y denominarlo con su propio nombre. Ahora anuncia que se retira de la función y que las fundaciones que estaban bajo su dependencia pasarán a depender de distintos ministerios; parafraseando a una integrante del gabinete, dejará de “habitar” el cargo.

Con ello pone término a una tradición más que centenaria valorada por la ciudadanía, y que formaba parte de las prácticas republicanas que han acrisolado y conferido identidad a nuestra vida política. No le bastó con imprimir su propio sello y estilo en el ejercicio del cargo, como en su hora lo hicieron con mucha prestancia y dignidad otras mujeres que acompañaron a distintos presidentes, sino había que terminar con él, sacarlo del diseño institucional, porque era una expresión desagradable e incómoda de esa historia del país que los actuales gobernantes, desde la suficiencia de su confortable atalaya generacional, se han propuesto corregir.

Gustavo Adolfo Cárdenas Ortega

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