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¿Acuerdo nacional?

Agencia Uno

La difícil situación que está atravesando el país ha llevado, desde el Presidente Piñera, pasando por ministros hasta diferentes actores sociales y políticos, a plantear la necesidad de una unidad o un gran acuerdo nacional que se concentre en enfrentar la adversidad, en vez de ahondar las diferencias que existen.

Y es que no importa lo que digan unos u otros, las soluciones que se aporten para resolver un problema, las iniciativas más o menos estudiadas que se planteen; el nivel de sectarismo y de confrontación es tal que, sin acabar de asimilarlas y de analizarlas en profundidad, los “oponentes” se encargan de cuestionarlas, ridiculizarlas y vilipendiarlas.

Sin duda, llamar a la unidad nacional es una iniciativa que parece de buena intención. Es muy razonable querer terminar con diferencias menores, con debates inconducentes o con actitudes mezquinas que buscan la paja en el ojo ajeno, cuando el país enfrenta un desafío mayúsculo sanitario, social y económico. Pero es un llamado que, infelizmente, esconde ingenuidad y en algunos casos también intensiones no tan sanas.

En primer lugar, la unidad nacional nunca puede implicar que se licúe la responsabilidad del Gobierno, ni el mando de quien el pueblo eligió como presidente. Cuando con el disfraz de la unidad nacional se pretende poner tierra a malas decisiones o persistir en recetas que no han dado buenos resultados, en realidad lo que se está procurando es eludir la autocrítica, tan necesaria para rectificar una gestión que ha tenido luces y sombras.

En segundo lugar, la unidad nacional tampoco puede ser una excusa para limitar el debate natural que existe en cualquier democracia pluralista. A esta altura es muy claro que el gobierno ha tenido una estrategia para enfrentar a esta epidemia que no ha sido compartida por la oposición. La gente lo sabe, y es muy bueno que cada vez que haya que tomar medidas se sepa bien quién propone qué cosas, y qué diferencias hay entre unos y otros.

En democracia hay disensos y si ellos no generan ingobernabilidad, como es nuestro caso hoy, lo mejor para todos es que esas diferencias se expresen con libertad.

En todo caso, sí sería muy bueno que, en plena segunda ola de la epidemia, gobierno y oposición dejaran de lado las diferencias menores y concentraran esfuerzos en lo que realmente importa, que es frenar los contagios y evitar que la economía de las familias se vaya a pique.

Los llamados a la sensatez y a la unidad, a deponer las ambiciones personales en beneficio de una causa superior, siempre serán deseables, nunca estarán demás. Pero en el mundo real, hay que aceptar que hay otros intereses ligados a la disputa del poder político que relegan a segundo plano el bien común.

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