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La esperanza de vida en nuestro país ha aumentado 25 años en tan solo 6 décadas, lo que plantea una serie de desafío e interrogantes acerca de la calidad de vida, estilos de envejecimiento y nuevas enfermedades físicas y mentales, respecto de las cuales aún no existe suficiente conocimiento acumulado. Esto redunda en un aprender haciendo, que produce incertidumbre y también errores involuntarios.
Los expertos en temas de envejecimiento demográfico han hecho ver que los actuales adultos mayores son distintos a los de antes y por ende, demandan nuevos servicios y en mayor cantidad que hace algunos años.
Estas nuevas necesidades de la población mayor, no son de tipo médico, que por supuesto requieren respuesta, sino que dicen relación con viviendas adecuadas, alimentación diferente, actividades de tiempo libre y vida sana y también de ocupación de sus capacidades y habilidades que no se acaban con la edad de jubilación.
En este sentido, nuestra sociedad no está preparada para acoger en plenitud estas demandas de las personas mayores. Los especialistas en enfermedades de la vejez son escasos, las viviendas, principalmente las sociales, no consideran espacios para personas mayores discapacitadas o con estilos de vida que no se condicen con la de los jóvenes que en muchas ocasiones conviven bajo el mismo techo.
Por otra parte, está el problema del descenso de la natalidad lo que presenta un nuevo escenario respecto de la fuerza laboral activa que debe generar los recursos económicos necesarios para que el país sostenga a los pasivos que cada vez van aumentando.
Esa doble conjugación de factores: baja fecundidad y alta esperanza de vida, es un dilema que están viviendo los países desarrollados, que han debido reformular su sistema de pensiones de manera drástica, además de establecer diversos incentivos a la natalidad.
Chile presenta un situación particular, ya que en un período muy corto de tiempo, bastante menos que en Europa, está enfrentado un fenómeno similar en su crecimiento demográfico, pero no ha pasado el suficiente tiempo para que la sociedad asimile estos cambios y pueda adaptarse de mejor forma a la nueva realidad poblacional y de la mano con ello, generar las políticas públicas que disminuyan los efectos negativos de un cambio tan brusco.
Otro factor que se debe abordar en este proceso es la calidad de vida de este grupo etario. Aquí hay diferencias importantes, ya que existe un alto número de ellos que viven con una pensión de sobrevivencia o jubilaciones muy bajas, ya sea porque nunca impusieron o porque durante su vida laboral tuvieron muchas lagunas de imposiciones.
Más allá de las cuestiones económicas, que impactan a las personas en la vejez, es necesario tener programas que contribuyan a vivir esta etapa de la vida de mejor forma, previniendo problemas de salud, a través de una vida sana. Esto es un gran desafío que tenemos como país.
Los datos que muestran el alto consumo de cigarrillos y alcohol en los jóvenes, el importante grado de sedentarismo de la población nacional, así como la ingesta de comida poco saludable, y llevar una vida desordenada, sin respetar los ciclos de descanso necesarios, están anticipando una vejez más complicada que sana.